Un canto a la viña

P. Milko René Torres Ordóñez

La Sagrada Escritura, como mensaje que tiene actualidad, contiene poesía y sabiduría; cantos al amor, a la esperanza, a la fraternidad. El profeta Isaías, al tiempo de transmitir oráculos de variado género, emplea figuras literarias con los que quiere expresar la belleza de la vida. El símbolo de la viña refleja nuestra historia personal: “Voy a cantar en nombre de mi amado un canto a la viña”.

Una viña o viñedo es una plantación de vides para la producción de uvas de mesa o de vino. La creación, obra de Dios, es fruto de un acto de amor para el hombre. Confianza en él. Una tarea que implica mucha responsabilidad: “Esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio unas agrias”. Un contraste entre un proyecto magnífico y un resultado decepcionante. “Esperaba justicia y solo se oyen reclamaciones”. El profeta pasa de un canto de alegría a un eco cargado de elegía. “¿Qué más podía hacer por mi viña que no haya hecho?”. Detrás de este concierto de sentimientos pervive el llamado a la promesa del primer amor. Una Opera prima, primer trabajo relevante de un amante fiel. Dios, a pesar, de tantas muestras de desidia de su máxima creación, el hombre, su imagen, no deja de amarlo. En la espiritualidad de san Pablo Cristo es su todo. La Iglesia es su mundo, su viña. En ella prevalece la dialéctica del bien y el mal, gracia y pecado, odio y paz.  En sus entrañas vive la responsabilidad de fortalecer la civilización del amor: “Pongan esto por obra, y el Dios de la paz estará con ustedes”. Es el gran reto para el mundo en el que vivimos. Tiene que asumirlo sin dilaciones. Un llamado a la coherencia. A pesar de las turbulencias que aparezcan en su viaje a los ideales más altos nunca debe mirar hacia atrás: “Nada les preocupe”. Solo Dios basta. El recurso que propone santa Teresa de Jesús es que nos mantengamos en un diálogo orante con quien sabemos que nos ama, nos acompaña y guía. En el trayecto definitivo de Jesús hacia su fin último, la ciudad de Jerusalén, camino de cruz, dolor, resurrección, victoria, existe una libre determinación de cumplir la voluntad de su Padre, el nuestro. Él es la piedra angular del edificio, aquella que fue desechada por los constructores. Volvemos a evocar un escenario dramático, muy propio de una historia de amor y desamor. Nosotros no debemos propagar la idea tan arraigada de una unión ambigua o falsa con Jesús. Tampoco vamos a actualizar su premonición según la cual será retirado el Reino de Dios a los primeros herederos para que sea entregado a otros administradores, más eficientes, con total seguridad. De hecho, el Concilio Vaticano II recordó la urgencia de volver a beber en la fuente de los orígenes de las primeras comunidades cristianas. Nos encontramos bajo el oscuro espectro de un cielo que languidece porque las estrellas ya no brillan con la intensidad de siempre. Los obreros fieles de la viña van desapareciendo. No perdamos la esperanza de una nueva luz. Cultivemos las buenas vides para disfrutar del buen vino: caridad, justicia, paz, testimonio.