Efraín Borrero E.
A mediados del siglo XX, la ciudad de Loja contaba con cuatro establecimientos masculinos de educación básica: la Escuela Particular de los Hermanos Cristianos, la Escuela Fiscal Miguel Riofrío, la Escuela Fiscal José Ángel Palacio y el Centro Educacional Particular “Mariana Córdova de Sotomayor”.
Estos centros educativos abastecían la educación básica de niños en circunstancias que la población de nuestra ciudad era de 22.353 personas, según el Primer Censo de Población del Ecuador realizado en 1950, y que los varones fuimos algo menos del 50%; porcentaje del cual habría que deducir el número de niños en edad escolar.
Evidentemente me refiero a lo que conocíamos como escuelas primarias reguladas por el Estado, a través del Ministerio de Educación, cuya historia se remontan a la época de formación de la República cuando se constituye el Ecuador en 1830, con la creación de la Dirección General de Estudios. También de aquella época data la primera Ley Orgánica de Instrucción Republicana.
La observación es pertinente porque en la época colonial se estableció una escuela que funcionó unida al primer colegio que hubo en Loja a cargo de los jesuitas, gracias al donativo de los doctores De la Cueva, Rodríguez y Valdivieso.
Pio Jaramillo Alvarado resalta que “Loja tuvo la categoría de ciudad favorecida entre las contadas que gozaban en la colonia el privilegio de tener colegio y escuela y de primera calidad”. Estos centros de educación funcionaron hasta el año 1767 en que fueron expulsados los jesuitas.
Sin embargo, el empeño de filántropos como Miguel y Bernardo Valdivieso hizo posible que, con el patrocinio del Ilustre Cabildo, no desfalleciera el propósito de brindar educación a los niños, lo que ocurrió hasta la constitución del Estado ecuatoriano.
Estableciendo un orden cronológico con las fuentes disponibles, es posible determinar que la Escuela Particular de los Hermanos Cristianos, conocida posteriormente como Escuela José Antonio Eguiguren La Salle, fue la primera en existir en nuestra ciudad bajo la regulación del Estado.
De la reseña histórica difundida por la Comunidad Lasallana es posible conocer que el Hermano Yon José, delegado oficial de García Moreno, arribó a Loja a mediados de noviembre de 1870 con el propósito de establecer una escuela religiosa.
El entusiasmo del gobernador Manuel Eguiguren fue admirable, comprometiéndose a alistar el edificio y todo lo necesario para poder iniciar el año escolar. En medio del júbilo ciudadano la Escuela de los Hermanos Cristianos se fundó el 22 de octubre de 1871, iniciando sus labores con 210 alumnos, en un amplio edificio construido antes con fondos provenientes del legado de Bernardo Valdivieso.
Tras doce años de ausencia, por razones políticas, el 19 de septiembre de 1907 los Hermanos retornan a Loja corriendo con los gastos Monseñor José Antonio Eguiguren Escudero, obispo de Loja, quien tanto había instado para que retornara la Comunidad de Hermanos Lasallanos. Les sostuvo desde la llegada con 200 sucres mensuales de renta. El 21 de octubre de 1907 se refunda la escuela con 300 alumnos.
Cuando tempranamente falleció el obispo José Antonio Eguiguren hubo preocupación en la colectividad por el futuro de la escuela. Gracias a la generosidad de prestantes lojanos y a la decisión de la Curia Diocesana para vencer las dificultades, el 01 de mayo de 1921, el obispo Guillermo José Harris Morales convocó a un grupo de ciudadanos interesados en la supervivencia del prestigioso establecimiento educativo y deseosos de dotarle un local funcional.
En dicha reunión se encomendó a los doctores Javier Valdivieso y Víctor Antonio Castillo la edificación de la escuela San Juan Bautista de la Salle, haciendo hincapié en lo siguiente: “En la esquina del lugar de la edificación, ubicada en la intersección de la calle 24 de mayo y Olmedo se dejará el sitio adecuado para formar una plazoleta y levantar un monumento para colocar un busto o estatua de José Antonio Eguiguren”. En ese entonces la calle que hoy lleva el nombre de José Antonio Eguiguren se denominaba 24 de mayo. El monumento jamás se construyó.
De otra parte, la Escuela Fiscal Miguel Riofrío fue creada el 05 de junio de 1895 al fervor de la revolución liberal, constituyéndose en el primer establecimiento laico de educación primaria de Loja. Hace pocos meses se conmemoró por todo lo alto los 128 años de su existencia.
La institución lleva el nombre del insigne periodista, abogado, político y prominente literato lojano, Miguel Riofrío, reconocido gracias a La Emancipada, la primera novela de nuestro país.
Reinaldo Valarezo García, citando al profesor David Pacheco, menciona que Manuel Benigno Ayora Cueva, en su calidad de gobernador de Loja y contra la voluntad del obispo José María Massia, se hizo cargo de la escuela que regentaban los Hermanos Cristianos y que desde allí pasó a ser un plantel laico; pero solo a partir de 1916 la escuela se denominó Miguel Riofrío.
Luego, en octubre de 1938 se creó la Escuela Fiscal de Niños IndoAmérica. Por una investigación periodística publicada por Diario La Hora, la que se remite a fuentes documentarias de la institución, se sabe que dicha fundación se debió a las gestiones de Virgilio Abarca Montesinos y que el primer director fue el normalista Honorio Cabrera.
A los tres años de establecida dicha escuela, siendo su director Luciano Lazo Ortega, se optó por el cambio de nombre a José Ángel Palacio Suárez, un ilustre filántropo lojano que destinó parte de su fortuna a la educación de la niñez, constituyendo para ello una institución denominada “Socorro del Niño”, a la cual entregó la cantidad de veinte mil sucres y la finca de su propiedad denominada Villonaco.
José Ángel Palacio Suárez fue un ciudadano ejemplar. En la mencionada nota periodística se hace notorio que ocupó, con sobra de méritos y resultados de trascendencia histórica, varias funciones públicas, como la presidencia de la Municipalidad Cantonal y del Consejo Provincial. Desde estas funciones desplegó una amplia y transparente gestión encaminada a dotar a la ciudad y a la provincia de una infraestructura acorde con las exigencias del progreso de la colectividad.
Entre otras obras construyó las instalaciones del mercado central de la ciudad de Loja. Como presidente del Consejo Provincial enfrentó el reto de la construcción del edificio institucional situado en el parque central. Así mismo, fue prioridad de su administración la vialidad a la que dedicó esfuerzos y recursos, como por ejemplo la construcción de la vía Loja-Taquil.
Finalmente, el Centro Educacional Particular de Instrucción Primaria “Mariana Córdova de Sotomayor”, que tuvo como antecedente el Pensionado San Luis, creado el 01 de octubre de 1946 gracias al empeño y esfuerzo del insigne maestro de vocación, Miguel Ángel Suárez Rojas, contando con el apoyo de Monseñor Jorge Guillermo Armijos Valdivieso y la aprobación entusiasta del Ministerio de Educación. El beneplácito de la sociedad lojana se manifestó de diversas formas ya que veía un nuevo horizonte para la educación de sus hijos.
Miguel Ángel Suárez Rojas nació coincidentemente un trece de abril de 1906, fecha consagrada en el Ecuador para rendir homenaje al maestro. Su apasionado y abnegado afán de servicio a la niñez lojana ha merecido el reconocimiento perdurable de la colectividad. Además de maestro fue un artista de exquisita sensibilidad reflejada en los múltiples cuadros y ornamentos sagrados que él pintó.
Mediante resolución ministerial del 10 de febrero de 1949, el Pensionado San Luís cambió su nombre por el de Centro Educacional Particular de Instrucción Primaria Mariana Córdova de Sotomayor, que continuó bajo la égida de tan ilustre educador. Este cambio de nombre obedeció a la filantropía del Señor Ángel Sotomayor quien donó una casa para que funcione el Centro y lleve el nombre de su difunta esposa: Mariana Córdova de Sotomayor.
Tuve la dicha de cursar mis estudios primarios en esa escuela y ser discípulo de Miguel Ángel Suárez Rojas. Lo recuerdo con inmenso cariño y gratitud. Estoy seguro que sus sabias enseñanza y la formación que me brindó, como a miles de niños lojanos, han constituido a lo largo de mi existencia una norma de vida.
En lenguaje figurado puedo decir que en sus manos siempre tenía el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel Antonio Carreño, escrito por 1853, para inculcarnos valores y enseñarnos cómo debíamos comportarnos en todas las circunstancias. Diariamente insistía en el respeto a los demás y en el saludo a los mayores. Él mismo era un ejemplo cuando se sacaba el sombrero para saludar a las damas y a los mayores, cediéndoles el rincón de la vereda, o cuando en los desfiles cívico pasaba con sus alumnos frente a la tribuna presidencial.
Miguel Ángel Suárez Rojas fue un apóstol de la educación lojana y su nombre debemos conservarlo con el más noble sentimiento de admiración y gratitud.