P. Milko René Torres
La Palabra de Dios es fuente de esperanza, regocijo y vida. La profecía israelita, en el caso de Isaías, transmite hermosos cánticos al único Dios que salva. La palabra profética convoca a entrar en una nueva historia: “Aquí está nuestro Dios… Es el Señor en quien esperamos”. El Señor tiene preparado un festín de manjares suculentos, vinos refinados. Estamos invitados a su mesa.
A la alegría y a la paz. Lejos de las turbulencias viajamos hacia la nueva Jerusalén. Isaías es un hombre de Dios, con una vocación definida, al igual que Pablo. Este Apóstol siempre agradece por todos los beneficios recibidos, y de aquellos momentos en los que sufrió muchas tribulaciones: “Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación”. Todo lo puede en Aquel que lo conforta, Cristo Jesús. Cada vez que hablamos del testamento espiritual de Pablo nos enriquecemos con su testimonio de vida. Su amor por quien cambió sus planes, Jesús, es muy grande. No se lo puede expresar con un lenguaje común. Un reto para nuestra vida cristiana, un compromiso de fe y de solidaridad. Después de entregar todo por el Evangelio recibirá la recompensa merecida, la corona de victoria, el martirio que sellará su último viaje misionero. Comerá y beberá del cáliz de bendición. San Mateo habla de un banquete que el rey ofrece con motivo de la boda de su hijo. Él es rechazado por los ricos. En el cruce de los caminos invita a los transeúntes a disfrutar de la fiesta. Muchos son los llamados, pocos los elegidos. Es importante vestir el traje de la dignidad. Con esta enseñanza Jesús quiere una presencia con libertad. Él ha repetido algunas veces que tenemos que ser luz del mundo, sal de la tierra, transparentes, aptos para anunciar un reino de justicia y de paz. El Papa Francisco, cuando comenta el pasaje de san Mateo, recalca la urgencia de vivir con alegría cada instante de nuestra presencia en el banquete: “Ser cristiano significa tener la alegría de pertenecer totalmente a Cristo, ‘único esposo de la Iglesia’, e ir al encuentro de Él igual que se va a una fiesta de bodas. Así que la alegría y la conciencia de la centralidad de Cristo son las dos actitudes que los cristianos deben cultivar en la cotidianidad”. Frente al único esposo, Cristo, debemos reconocerlo como quien es fiel. Es el centro de todo. En nuestro tiempo subsiste la tentación de rechazar la novedad del Evangelio. Jesús es el esposo de la Iglesia, da la vida por ella. Sin embargo, todavía quedan preguntas para responder: ¿Cuál es nuestra manera de actuar ante la llamada de Jesús? ¿Estamos preparados para ser considerados discípulos y misioneros? Jesús cuenta con nosotros en esta fiesta. Está unido a nuestra vida. Comparte y se conecta con todo hombre de buena voluntad. En los relatos de la multiplicación de los panes y de los pescados prevalece el sentido del orden y de la solidaridad. El Señor bendice cada gesto que nos identifique como llamados para ser enviados a anunciar que en el Reino de Dios todos tenemos un espacio.