“¿Qué máscara nos ponemos o que máscara nos queda, cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca?” Ernesto Sabato.
Esta interrogante de Sabato nos cuestiona directamente en épocas como estas. Indiscutiblemente tiempos de dificultad, pero de valentía; de enfermedad física, pero de fortaleza espiritual; de separación pero, de unidad.
Acostumbrados como estamos al refugio “a solas”, donde nadie, nadie nos observe. Resulta incómodo quedar al descubierto, saber que en determinados momentos de la vida, la máscara no protege. La posibilidad de acudir a ese refugio-máscara, para las horas de soledad, cuando deseas desnudarte, cuando la psique es sensible y eres vulnerable por voluntad propia. La libertad de vivir va más allá de la ansiedad social, llegando a connotaciones impensadas. Ese derecho a la intimidad que nos permite estar con una máscara más leve, es de la que nos habla Sabato, y es fundamental.
Cada uno vive su realidad según su sensibilidad. Para unos un pequeño roce es un latigazo, para otros es un soplo en el rostro. Por eso, cuando estamos “a solas”, nos sentimos seguros, sin que nadie nos controle, la máscara que nos protege se vuelve liviana, y somos nosotros mismos. Yo le respondería a Sabato que usamos la máscara de la autenticidad.
Si a diario, en las interacciones sociales estamos expuestos a ser criticados, y la sociedad es cruel, entonces, la personalidad de la gente usa múltiples máscaras para protegerse, más, a solas, fuera del alcance de esa ansiedad social que produce esa constante exigencia de éxito, pulcritud, puntualidad, precisión, eficiencia, perfección, y más; en el fondo queda, lo que somos realmente.
Cuando alguien nos suplica en público, despierta múltiples sentimientos. Si el corazón es duro, es posible que no genere compasión, más la súplica podría dar un efecto disparador de decisión, por el deseo del reconocimiento. Pero, si la súplica es recibida por medios electrónicos, mientras permanecemos resguardados por la seguridad de lo privado, entonces, la respuesta a tal estímulo es la que nos define, pues, la máscara es más transparente, dejándonos ver tal cual somos.
Así, actualmente con la tecnología, es posible violar la intimidad de las personas, y con esa violencia, conseguir destruirlas, dejándolas expuestas al público en sus facetas más débiles, justamente cuando están con la máscara de lo íntimo, pero, esto es penado por la ley, ya que solo cada uno, debemos auto observarnos en ese espacio y descubrir quién somos. Sin embargo, si me preguntan ¿Qué máscara uso en lo íntimo? Creo que es la máscara de la honestidad.