Los juegos son apasionados porque son eso: juegos que alimentan el bienestar del alma y del cuerpo. La acción hecha a través del juego distrae, rejuvenece, oxigena el ambiente y flexibiliza “a la memoria operativa como el núcleo central del sistema de procesamiento de la información” (Téllez, 2004) que recibimos a diario desde todos los frentes de nuestra relación socio-educativo-cultural, a la cual la procesamos (a esa información) según sean los intereses formativos para que cognitivamente sea la agilidad de nuestra mente la que construya los respectivos significados que fenomenológica, axiológica y hermenéuticamente dejan una huella de profunda fecundidad lingüística en el proceso de nuestra contextura humana.
La tesis, por lo tanto, consiste en que a nuestra habilidad lingüística la asociemos a los parámetros del juego, es decir, de los actos lúdicos que nos recrean sin ningún prejuicio que no sea el del relajamiento, la concentración, el esfuerzo permanente y la agilidad mental para que, en este caso, el lenguaje se incorpore fluidamente en la razón y en la emoción desde una lectura elásticamente corporal y mentalmente agilitada por la concentración que el cuerpo exige desde todos sus componentes psicosomáticos.
Así sucede, por ejemplo, lingüísticamente, en el acto lúdico de la lectura que, a decir de José Téllez: “Cuando estamos leyendo, es preciso que nos centremos de manera determinada en diferentes elementos, principalmente a un nivel semántico (…). Debemos ser capaces de prestar atención a aquellas ideas que se están desarrollando, establecer las relaciones necesarias entre ellas, y ser capaces de olvidarnos y aislarnos de información distractora tanto proveniente del texto como de nuestra memoria a largo plazo” (2004).
Pues, ese aislarse de información distractora, incluso dentro del texto, es el vivo ejemplo del juego que, para que sea fructífero, eficiente, altamente rendidor, solo se convierte en relajante, cuando nos olvidamos del resto de realidades que en calidad de pensamientos ajenos nos pueden enajenar momentáneamente, porque no nos permiten la concentración en el acto de la realización lúdica, como en este caso, cuando estamos saboreando el placer de leer un texto que sea de nuestro agrado, tal como sucede con el juego que solo lo ejercemos en calidad de actividad, al que en verdad nos gusta y, por ende, al ejercerlo, nos llena con el máximo placer que nuestra sensibilidad corporal y mental es capaz de absorber.
A este placer lúdico se debe, tomando otro ejemplo, el hecho de conversar con tanta amenidad y placidez en un grupo humano cuya amistad es evidente para compartir con el mayor relajamiento que a esas personas les es inherente en ese instante lingüístico de compartir dialógicamente con tal concentración y amenidad que se alejan, aunque sea momentáneamente, de otros asuntos o problemas que traen en mente.
Pues, este relajamiento lúdico es tan vital en el campo de nuestra fluidez mental lingüísticamente hablando, porque “este proceso continuo de construcción de significados nos debe llegar a considerar que la actividad consciente es una actividad continua, dinámica, que se va actualizando continuamente (…). El contenido de nuestra consciencia, de nuestra memoria operativa, aquella información con la que tratamos, va modificándose, sustituyéndose de manera sorprendente” (Tellez, 2004), puesto que, “todo lo que sucede en el lenguaje tiene un motivo, aunque a veces lejano, oculto o sorprendente” (Marina, 1999), tal como sucede con el juego de un ejercicio corporal determinado, que nos relaja y nos hace vivir artística y sorprendentemente; así sucede con el sabroso ejercicio de la lectura que al elevarlo a este relajamiento lúdico, aparecen “ideas que generan libertad, disenso, variedad de criterios, personas pensantes capaces de torcer el fatídico brazo de la desesperanza que emana de la ignorancia” (Bialet, 2018).