La conciencia de la dignidad humana principio y fundamento para un desarrollo social

Sin duda alguna la fiesta de Navidad, constituye una fecha de recogimiento espiritual de reflexión personal, acción que por un momento nos aparta de la globalización de la economía, de apertura de mercados, de inversión extranjera con reglas claras para los nuevos capitales, del ordenamiento macroeconómico, de los pasos de la deuda externa del nuevo -no sé qué número- plan de desarrollo, que igual no servirá para nada, nos aparta, para pensar en el crecimiento personal ya sea individual y de las personas que nos rodean, hijos, hermanos y familia en general, crecimiento que requiere la práctica de valores, actitudes y conocimientos para la formación de una cultura de calidad que permita contribuir activamente al desarrollo de la sociedad y al mejoramiento de calidad de vida personal, de nuestra ciudad y provincia.

Entendemos que no podemos imponer sentidos ni valores, más bien sugerir caminos, en un ambiente de tolerancia y pluralidad que permita a cada cual encontrar su propio sentido de la existencia. Por eso se dice que no podemos enseñar valores, sino vivir con valores, por ello la importancia del testimonio personal, la defensa de los principios básicos como son la dignidad, la honradez, la consecuencia, el estudio, el trabajo, el humanismo por y sobre todas las cosas.

La conciencia de la dignidad de los seres humanos es principio y fundamento para un desarrollo armónico y equilibrado de la personalidad. El ser humano es persona inteligente y libre, no es un objeto, por lo tanto no debe permitir la degradación y opresión de su persona. Pero tampoco sentirse más que otras personas para pisotear sus derechos, manipularlas arbitrariamente, e injustamente.

El crecimiento del ser humano y de la sociedad obedece al espíritu de la dedicación de cada persona. Lo que implica el equilibrio entre el activismo y la pereza, el primero, según Oliver (1984), el activismo social es capaz de promover la participación y la pluralidad hasta niveles necesarios para confrontar con resultados las tensiones y los desafíos del desarrollo en nuestros tiempos y, como resultado, libera un enorme potencial en beneficio del desarrollo humano. El segundo lleva a la irreflexión, a la superficialidad, al abandono de otros valores trascendentes de la propia vida (descuido de la familia), mientras que la pereza nos conduce a la irresponsabilidad en la tarea común, de construir una sociedad mejor.

El crecimiento personal implica también el control del consumismo o lo que es igual hablar de una filosofía y cosmovisión de la vida que nace del exceso de satisfacción de las necesidades básicas del hombre y de una visión gozadora de la propia vida. El vértigo del placer parece ser la única aspiración básica del hombre moderno y progresista, mientras que la mesura y la moderación significan retraso y estupidez. Para nosotros se debe ser feliz con lo que cada persona tiene.

Esta sociedad moderna, individualista, de a poco nos va convirtiendo en seres deshumanizados, por ello debe ser que con frecuencia nos encontramos con personas que ven a sus semejantes como rivales contra los que hay que defenderse constantemente. El “competitivismo”, obsesionado, la envidia y la indiferencia son actitudes que han minado gravemente la convivencia social. El cultivo de la sociabilidad supone el esfuerzo por construir una comunidad de encuentros interpersonales, donde la solidaridad, la comprensión, la aceptación recíproca sean valores reales y prácticos.

Si nos hacemos una promesa interna del cultivo y práctica de los valores señalados, consideramos, nos permitirá un desarrollo de nuestras capacidades, para elegir en libertad y con responsabilidad nuestro futuro, para asumir el pasado, viviendo el presente, para construir el mañana, solidario, fraterno y grande. Para constituirnos en seres que vivimos el conflicto entre la plenitud que buscamos y el límite que experimentamos. Así sea.