Las campanas de los templos suenan tristes por la ausencia de fieles. El justificado temor al contagio del coronavirus y las graves necesidades económicas luchan incansablemente por imponerse en la realidad. Las familias recogen pedazos de sus corazones destrozados por la partida de alguno de los suyos. Los niños se habitúan a aprender, reír y jugar a través de frías pantallas de ordenador. Los jóvenes interrumpen el natural deseo de explorar la vida para refugiarse en las redes sociales. Los adultos mayores lamentan malgastar días de su dorado ocaso en encierro forzoso.
Las normas de prevención y de distanciamiento social son dictadas y modificadas a cada instante por el Gobierno. Las noticias caen como chaparrones de agua dulce y salada para estamparnos con la angustiosa actualidad. Los desempleados dirigen oraciones al todopoderoso para implorar mejores días y los empleados lo hacen para agradecer la oportunidad de tener ganar el sustento con el sudor de la frente. Los comercios y servicios abren sus puertas a media asta con perturbante incertidumbre. Los hospitales son cuarteles de lucha contra la muerte y el mundo entero se aferra a la anhelada vacuna que llega en cuenta gotas a los países desarrollado y no alcanza a llegar a las naciones pobres.
Y a pesar de todo … llega la Navidad para recargar nuestras gavetas del alma con esperanza, alegría e ilusión. No la viviremos como en el pasado; en que los abrazos eran de carne y hueso, en que los villancicos se escuchaban de viva voz, en que las bendiciones de los padres acariciaban tiernamente la frente de los hijos o en que el pan y el vino se compartía entre el calor humano; pero la seguiremos disfrutando con la misma intensidad afectiva que brota de los lazos invisibles e indestructibles del amor que, felizmente, nos atan a nuestros familiares, amigos y compañeros.
La vida es una rueda impulsada por los poderosos brazos del tiempo que, siendo impredecible, nos conmina a aceptar las más extrañas situaciones, y, aunque, parezcan insalvables, siempre encontraremos un camino para afrontarlas.
Gracias a la divinidad, los seres humanos somos hechos de un material mágico que nos permite adaptarnos dúctilmente ante cualquier circunstancia o adversidad y esta vez no será la excepción; seguramente, porque ningún virus, guerra o tempestad será lo suficientemente fuerte para vencernos cuando estamos protegidos por el espontaneo e inconmensurable bálsamo sanador que es la familia: esencia y auténtico significado de la Natividad del niño Jesús.
Perfumemos estas fiestas, y todas las que vengan, con los exquisitos olores de la humildad, de la sinceridad, del perdón y de la solidaridad y consecuentemente marquemos distancia con la pestilencia de la hipocresía, de la ambición desmedida y del engrandecimiento a costa de pisotear al prójimo; tomando como ejemplo la vida de un pobre carpintero a quien dedico, con todo afecto e identificación, este texto que lo titulo ”El buen José”: Carpintero de pies descalzos… que con pacífico martillo reconstruiste nuestra dañada vida, gracias a tu fragante madera/ Ebanista del cariño filial… que con cálido formón esculpiste corazones buenos y sin bandera/ Maderero amigo… que con paja y heno cobijaste al niño para que riera/ Tallador de sueños… que resignaste tu vida pobre a encender estrellas para que la humanidad se uniera/ Artista del afecto… que con tu leal palpitar diste calor bienhechor a la madre sagrada para que no huyera/ Obrero de tronco y tablón… que en tus manos gastadas acariciaste el cuerpo de la criatura desamparada para que no sufriera/ Ayúdanos a entender los efluvios de la natividad desde el templo de la solidaridad y perfúmanos con la sencillez de tu alma sincera.
¡Feliz Navidad queridos amigos!