Sí, quiero

¿Le resulta fácil reconocer sus limitaciones ante otras personas? ¿pide ayuda cuando la necesita? ¿es usted humilde?

Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguieron grandes multitudes. Un hombre que tenía lepra se le acercó y se arrodilló delante de él. —Señor, si quieres, puedes limpiarme —le dijo. Jesús extendió la mano y tocó al hombre. —Sí quiero —le dijo Jesús—. ¡Queda limpio! Y al instante quedó sano de la lepra.

En tiempos de Jesús, la lepra era una enfermedad temida y bastante frecuente. Una persona con tal afección era marginada, no podía vivir en una ciudad, debían permanecer totalmente cubiertos con una túnica, la ley mosaica prohibía expresamente tocar a un leproso y ellos debían anunciar su condición a viva voz cuando se acercaban hacia otra persona. Realmente resulta difícil identificar un caso de mayor discriminación y rechazo.

El leproso de la historia tenía una cualidad sobresaliente: la humildad. Este hombre llega en actitud reverente ante Jesucristo, reconoce su majestad, se rinde ante Él y a diferencia de muchos, le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. No exige nada, postrado de rodillas, solo se somete a la voluntad del Creador. Lo imagino mostrándole a Jesús la podredumbre de su piel, su rostro quizá desfigurado, su dolor, su soledad. Pero frente a él estaba Jesús, el hijo del Dios Viviente, quien lleno de amor y misericordia extiende su mano, lo toca y solo dice: “Sí quiero, queda limpio”. A Jesús no le importó lo repulsivo de la piel de ese hombre, ni el temor que la enfermedad causaba, solo quería sanarlo. Y lo hizo.

El hombre de la historia tuvo la humildad necesaria para reconocer que había tocado fondo y supo en su corazón que en Jesús estaba la salida. Actualmente, la salida se busca en un trabajo, en el político ganador, en el negocio infalible, en la vacuna que no llega o en un largo etcétera. Muchos tendrán problemas para reconocer sus errores y debilidades, varios preferirán ocultar sus necesidades, quizá para algunos sea más fácil poner escusas que pedir ayuda y otros creerán que su condición es tan lamentable que ni Dios querrá acogerlos. Pues no, la realidad es que Jesucristo no vino por los justos, sino por lo pecadores, pues los sanos no necesitan un médico sino los enfermos. Jesucristo nos dice que nos acerquemos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos oportuno socorro.

Querido lector, ante un pedido humilde y reverente, al igual que como hizo con aquel hombre necesitado, Jesús dirá SÍ QUIERO.