Comunidad de ideales y principios

Benjamín Pinza

Es un deber cívico y moral hacer un llamado a la clase política y medios de comunicación, respecto al papel que deben cumplir en bien de nuestra amada  patria. Si hay buenos políticos, habrá buenas políticas y buenos ciudadanos encargados de garantizar el bien común y la paz social, superando los vicios que afectan la convivencia ciudadana. La patria es la mejor disposición para el esfuerzo y el sacrificio, el anhelo mayor de grandeza y el deseo invaluable de la gloria. La Patria está implícita en la solidaridad sentimental de un pueblo y jamás en la confabulación de intereses mezquinos. Para ello hay que tener anhelos colectivos revestidos de civismo, patriotismo y lealtad. Cuando falta esa comunidad de ideales y principios, no hay patria.

Para construir y glorificar a la  patria se necesita ideales de cultura y una sólida unidad moral, que deben estar alejados de los viles apetitos de mando, de enriquecimiento y de falsos sentimientos patrioteros propios de mercaderes y de utilitarismos militaristas. El anhelo de la dignificación nacional debe ser un aspecto esencial de nuestro compromiso de honor. Nadie puede ser digno de ser digno sino honra, ama y lucha por su patria. Cuando los intereses venales se sobreponen al ideal de los espíritus elevados que constituyen el alma de una nación, el sentimiento nacional se degenera y se corrompe. Y si se vive ansiando groseros apetitos sin pensar que la patria es nuestra casa grande donde nace, crece y florecen los sueños colectivos que honran el presente y el devenir de nuevas generaciones, todo estará perdido porque todo caerá en el laberinto de un colibrí descuartizado. Cuando las miserias morales  asolan a nuestro país, hay que tener el coraje de enfrentar esos sentimientos apátridas para poder recuperar con pundonor lo que nos pertenece por herencia y por historia.

Seamos buenos herederos de este patrimonio histórico haciendo una política decente, constructiva y respetuosa de la vida y de la dignidad humana. La política se ha degradado tanto que se ha convertido en la más insulsa profesión donde todos se pelean, insultan, destrozan, lucran, nos dividen como ecuatorianos, generando odios y enemistades absurdas, mientras ellos engordan sus apetitos bajo sombras envilecidas pavoneando su improbidad. Por eso tenemos campañas electorales convertidas en burdos cuadriláteros donde se sacan los ojos y exhiben como su mejor arma, la lengua viperina con la que destruyen la honra y el buen nombre de las personas. Mientras tanto, las serias propuestas para sacar de la crisis al país que es lo que a todos nos interesa, brillan por su ausencia. Las industrias electorales pagan a peso de oro los votos coleccionados por gentes impúdicas. Muchos políticos han perdido su título de honor y no les importa el talento, la elocuencia y la probidad; basta con la certeza de su  incapacidad embadurnada de cosméticos para esconder sus fisonomías arrugadas.

Hagamos los mejores votos porque la moral, la unida nacional, la convivencia civilizada y el respeto a la democracia, prevalezca por sobre cualquier apetito voraz y, que la juventud, levante la cabeza y se involucre en la edificación de una patria diferente, capaz de que el depositario del alma de las naciones que es el  pueblo, encarne la más alta conciencia de entrega por las causas más nobles  de nuestro querido Ecuador.