El mandamiento del amor

Comparto una frase de una persona muy cercana sobre el amor, su pasado, presente y futuro: el amor es un sentimiento muy bonito. Quiero vivirlo como hoy y como futuro. Seguramente, es una confesión íntima que revela su realidad, sus luchas y sus retos.

Algunas personas manifiestan que amar es una decisión, más que un sentimiento. Es un acto de voluntad. Dos formas sensatas de ver la vida y nuestras relaciones con el prójimo y con el mundo. ¿Cuántas formas de amar existen? La respuesta a esta pregunta es compleja. ¿Cuántas formas de amar se ha inventado el hombre? ¿Qué formas de amar crea, difunde y promueve, el imperio de las redes sociales? Hay para todos los gustos. Es el supermercado de amores. Toda la variedad que encontramos no satisface nuestra exigencia. Encontraremos buenos o malos. Desde mi visión de cristiano, el amor de Jesús supera a todos. Desde aquella cena memorable, un día jueves, su amor oblativo alcanzó universalidad. Nosotros podemos encontrar en los cuatro evangelios muchas afirmaciones, dichos, palabras del gran Maestro. De la misma manera, Jesús nos enseña qué no es el amor. La persona que no lucha por encontrarse consigo mismo, y abrirse al otro, para entregar lo mejor de su vida, nunca ama de verdad, quizá porque nunca se amó. La carencia de amor es, a modo de comparación exagerada, la sinfonía inconclusa de este tiempo, desafinada, sorda e improvisada. Al hombre de hoy le cuesta mucho amar, porque no se preocupó por conocerse profundamente. San Ignacio de Loyola escribió en sus Ejercicios Espirituales el valor del conocimiento interno de Dios. Manifiesta que no el mucho saber harta y satisface el alma, sino gustar internamente de las cosas de Dios. Es, entonces, una decisión que le corresponde a cada persona para entrar en la dinámica divina, que es la ruta correcta para llegar al corazón de la plenitud, de la felicidad, y, con ello, transformar el mundo y salvar su alma. El mandamiento del amor de Jesús va mucho más lejos de ser considerado un enunciado. Sus palabras, van más allá de lo bonito. En el corazón de Jesús encontramos ternura, riqueza, sinceridad. También, disciplina, exigencia, misión, testimonio. ¿En dónde puede estar la raíz, fuerza e identidad, de su amor? Dice la Palabra de Dios que Jesús es semejante a nosotros, menos en el pecado. En este pensamiento descubrimos su secreto: su voluntad de vivir en el mundo, sin permitir que los cantos de sirena, que tanto atraen, no cambien su ruta. Las tentaciones, honor, gloria, poder, autosuficiencia, forman parte del baratillo de ofertas que se adquieren con suprema facilidad, pero nos dejan débiles, sin fuerza, vacíos. Escucho, con frecuencia, y pondero mucho el anhelo de miles de cristianos católicos, de vivir en la imitación de Cristo. Todos los buenos deseos, intenciones y obras, merecen el apoyo y reconocimiento. ¿Qué implica imitar a nuestro Señor? Dios quiera que no nos quedemos en el intento. Jesús, en su pedagogía del amor, vivió con la fuerza de su mandamiento.