De la mente y el corazón humano afloran deseos expresados en palabras, “vendrán días mejores”, “ya mismo llega mi momento”, “el futuro está en manos de Dios”, “el futuro lo labra cada persona”. En fin, palabras más, palabras menos que, no hacen sino reflejar que todos esperamos algo mejor de lo que vivimos hoy.
El futuro siempre es una preocupación, sobre todo, cuando vemos, sentimos y vivimos que los horizontes no se avizoran, los sueños de un futuro mejor ya no son tan evidentes, ni esperables, ni rutinarios, porque las condiciones de estos tiempos son borrosas y las brújulas no están aptas para orientarse en la noche oscura.
¿Qué hacer entonces? Encender las brújulas del cambio, ese cambio que empieza por cada ser humano al poner en nuestro camino y en el horizonte mediato e inmediato el desafío de recuperar el sentido humanista, ético, democrático y de encuentro por una vida digna en la sociedad y con la naturaleza en el presente que siente las bases del futuro mejor que anhelamos.
Adalid Contreras, habla de dos tiempos. En el tiempo del Holoceno, “era la naturaleza la dimensión dinámica que acomodaba en ciclos los elementos de la vida. La biodiversidad y los ecosistemas tenían movimientos que los regeneraban con resiliencias capaces de controlar aquellas acciones del crecimiento indiscriminado que convirtió al progreso en transgresor de la vida en el planeta. Hoy, en tiempos de Antropoceno, con un desarrollo tecnológico que ha alterado los movimientos legitimados por la dinámica de la naturaleza, son las acciones humanas las que marcan las características y los destinos de los ecosistemas”.
En la lógica de estos tiempos, la del pasado garantizaba preservación y vida. En la actual se debaten dos corrientes, una que propugna por los derechos de la vida y de la naturaleza, orientado al desarrollo integral, sostenible en el `presente y que preserva y proyecta el futuro; en la otra orilla, el mercado con sus alfiles el capitalismo salvaje y el “progresismo populista” que en carrera desenfrenada van empobreciendo la tierra, las sociedades y la biodiversidad. Este raro sistema de vida niega el futuro y nos lleva a la muerte. Por ejemplo, la COVID-19 por donde se esparce riega desesperación en las sociedades bulliciosas y a su paso deja ciudadanos enmascarados que se aferran al egoísmo individualista para su sobrevivencia, mientras unos pocos funden sus esperanzas en el reconocimiento del otro.
El futuro nos plantea un desafío, resistir la anormalidad económica, ambiental y social al salir al encuentro de nuevos paradigmas de transformación que dinamicen las formas de ser, estar y habitar en el mundo recuperando la naturaleza del amor verdadero, la comunicación al servicio del encuentro y el respeto por la dignidad.