La ingratitud

Todos alguna vez hemos experimentado uno de los sentimientos o actitudes que más envilecen al ser humano la ingratitud, hemos sido ingratos con alguien o alguien lo ha sido con nosotros, nadie está exento de haber demostrado falta de reconocimiento en algún pasaje de la vida. A veces hemos sido escandalosamente ingratos con personas que nos han querido sin ningún interés de por medio, espontáneamente sin cálculos ni pautas. Sin embargo, a menudo no sabemos valorar esa clase de amor puro y sincero y cuando queremos reaccionar por lo general ya es demasiado tarde pues casi siempre ocurre que los continuos desaires y malos detalles terminan por cansar a los demás. Se ha evidenciado que ese viejo y conocido refrán popular que dice que acciones borran pasiones, es muy real y vigente. Los detalles constantes alimentan el amor, fortalecen el respeto, y armonizan la convivencia volviéndola más tolerante, fraterna y solidaria.

Una de las ingratitudes más frecuentes en estos tiempos, tan marcados por lo superficial, se da con las personas de la tercera edad, quienes después de bregar durante décadas en trabajos sumamente desgastantes física y mentalmente hablando, en ocasiones son ignorados despiadadamente incluso por sus propios familiares, en ciertos casos innecesaria e injustificadamente los dejan en los asilos como para librarse de ellos. Claro que hay circunstancias que obligan a tomar irremediablemente esta dolorosa determinación, pero también hay gente que lo hace por puro gusto o ambición, motivados por intereses de índole material son capaces de cometer este acto de ingratitud descarada olvidando sin ningún escrúpulo a madres, padres, abuelos, tíos, sin detenerse a pensar en que los años pasan inexorablemente y que mañana pueden ser ellos los olvidados y abandonados.

La ingratitud tiene mil rostros, casi invariablemente ancla en un puerto oscuro, triste, sombrío llamado soledad, cuyos visitantes más frecuentes son el remordimiento, la angustia, la tristeza, el desprecio. El que no sabe agradecer por un favor o servicio recibido, es un ser despreciable y ruin, aunque la gente no espere eso de ti, la gratitud debe brotar de tu esencia humana, dale gracias a Dios por todo lo que te ha dado a lo largo de toda tu existencia, por tus padres no importa si están vivos o no, te trajeron al mundo y con eso te debe bastar, te cuidaron mientras pudieron y ahora si no están recuérdalos con amor respeto y gratitud. Sé grato con los que te dan una mano siempre que la necesitas, no seas ingrato con quienes abonaron los frutos buenos y ricos que disfrutaste o aún disfrutas, sembrados en el maravilloso terreno de tu vida, no dejes que se pudran contaminados con el veneno de la ingratitud, no muestres ingratitud a nadie que haya hecho algo bueno por ti, por más que ahora los separe un disgusto o una gran distancia, sobrepasa la barrera del orgullo y la discordia y recuérdalo con cariño y amistad, la ingratitud es un demonio que nos está acechando permanentemente no permitamos que invada nuestro mundo.

Esta reflexión, va dedicada a la mala clase política de nuestro país, a los que se han mostrado sumamente ingratos con el pueblo que depositó su confianza en ellos, ese mismo pueblo que ahora estuvo acaba de ser testigo en la Asamblea Nacional de pactos que hasta hace poco parecían imposibles, pues hasta donde yo sabía, solo el santo peruano Martín de Porres, podía hacer comer al gato, al perro y al ratón en un mismo plato. Pero veo con mucha sorpresa, que cuándo priman los intereses personales y partidistas, también se puede. Por favor un poquito de gratitud y decoro, en honor a quienes los llevaron donde están.