El oír es una facultad, es un sentido humano, de entre los cinco existentes, otorgado físicamente para receptar los sonidos emitidos por varios e innumerables agentes, aspectos y razones foráneas a nuestro interior; los aspectos internos del ser humano son captados y percibidos por el cerebro, la voluntad, la mente, el corazón y la conciencia, son procesados internamente y exteriorizados mediante la palabra y actos realizados.
Existe una gran diferencia de entre oír y escuchar, oír consiste en percibir un sonido exterior, y saber escuchar radica en compenetrarse, asimilar y procesar inteligenciando lo que escuchamos, es constituirse en parte elemental, comprender y ser primordialmente consecuentes a lo que percibimos de otra persona o personas que nos comunican, para entendernos y vivir la presencia de otra persona, dilucidando el mensaje que se nos trasmite, con profundidad y calidad, con valores expresivos y adecuados.
Para el éxito de saber escuchar, es menester la tranquilidad, el respeto, el silencio propicio, la observancia y una interacción, todo ello constituye una imagen fidedigna de respeto a los sentimientos de quienes nos emiten sus criterios.
Lo benéfico de saber escuchar, es saber entender lo que se nos trasmite, acto que nos brinda complacencia y sosiego interior, en razón de que se ha solidificado un acto humano de mutua actuación y de interactividad compartida, como una perfección de convivencia solidaria, de felicidad, paz y comprensión.
En el conglomerado humano, existe una multiplicidad de criterios, cada ser humano es “un cerebro diferente y una opinión propia”, razón fundamental para que difieran constantemente, los criterios, las opiniones, las decisiones y las actuaciones; en el aspecto de escuchar existen voluntades asequibles y razonamientos veraces que saben aquilatar, escuchar con fidedigna intensión, para luego obrar ajustados a los cánones de la comprensión y dignidad; por desgracia también quienes solo oyen y no escuchan, de oídos sordos, comprensiones bloqueadas, e intenciones maliciosas, que burlan el mensaje y tergiversan el verdadero contenido, es decir el escuchar para ellos constituye un grosero mensaje de comprensión (a oídos sordos, palabras necias).
Que panorama tan elocuente y benéfico palparía la humanidad, si el acto sublime de saber escuchar los criterios de solvencia real, se plasmarían en auténtica realidad, como el medio más certero para aceptar la verdad, para rectificar los errores, para proceder con criterio formado y repulsar los actos atentatorios, repulsivos y dañinos a la integridad física, psicológica y moral de las personas, al convivir integral de la sociedad y al fortalecimiento de la paz, las libertades y los derechos humanos; si en el planeta se aboliría la soberbia, la testarudez, la necedad, la sordera mental, la lujuria y la avaricia mediante el saber escuchar, este mundo sería tan diferente y la humanidad preclaramente gozaría la felicidad sublime y la esencia pura, diáfana que dignifican al ser humano, como el ser milagro patente de la creación.