Cerrar los ojos para ver

Cerrar los ojos para no ver es un gesto muletilla en el que me he apoyado muchas veces, pero cerrar los ojos para ver algo que se dejó atrás, es duro, durísimo, aunque nos asegura la dicha de reencontrar aquello que se ama, que pervive en el recuerdo.
Desde ese marzo, indeleble, en el cual empezó el confinamiento, he vivido acompañada del temor, viendo gente querida irse, viendo gente querida quedarse desconsolada, y así muchos hemos sido derribados por la tragedia.

Cuántas veces he cerrado los ojos para no ver y el corazón ha querido hacer lo mismo, aunque no ha podido. Ahora, es más duro quizá, pero más normal, diría que al empezar la pesadilla parecía increíble. Revisar las noticias en el teléfono celular, descubrir que el vecino, la tendera, el panadero, el abogado, el contador, el banquero, y así otros más, desfilaban, en una larga lista con fotografía incluida, donde se los mostraba como las nuevas víctimas que perdieron la batalla contra el virus.

Hoy, me enteré que mi amigo Lenin Cuesta ha fallecido en la ciudad de Guayaquil, y me puse a recordar sus esperanzas, sus ilusiones. Cerré los ojos para verlo, queriendo ayudarme, me dio una palabra de consuelo en mis momentos de terror, intentó por todos los medios hacerme el bien, oró por mí, y en medio de las tantas intrigas, siempre me creyó. Cuando las sombras del dolor lo cubrieron, por la muerte de un ser querido, yo intenté consolar su dolor. Luego los chismes desfiguraron la amistad. Hoy he visto su foto en el parte mortuorio, he cerrado los ojos, fuerte, como queriendo no permitir las lágrimas, pero el corazón no pudo contener semejante marejada y creo que le mojé el recuerdo.

En otro extremo del mundo, en Salamanca, en este mismo junio imborrable, alguien que me apreciaba muchísimo se ha marchado, sin despedirnos. Jacqueline Alencar era la mujer de la sonrisa niña, tan sencilla, tan dulce, flor de perfume suave y amistad con tibieza primaveral. Cerré los ojos para verla, diciéndome que somos historias parecidas, crecimos junto a una abuela, que a las dos nos gusta la poesía, y que nuestras almas parecen gemelas. Cerré los ojos con fuerza, porque me duele perder así a los que amo, porque soñaba, en algún día, sentarnos a tomar café sintiendo versos, más cerca de su querido río Tejares.

No sé cuántos años han pasado, desde que salí de la casa materna, a refugiarme en otros lugares, cerrando los ojos para no ver la ausencia de mi madre, y pensar que hoy, cierro los ojos para ver lo que tuve, lo que atesoré, momentos grabados con fuego y sentir. No quiero que me protejan de las reminiscencias. Cierro los ojos para ver el pasado, para explorarlo, allí encuentro mejores razones, en lugar de cerrar los ojos ante el amenazante presente.