David Rodríguez Vivanco
Provincia quebrada por excelencia, se diferencia del resto de la patria. Lugar de origen del chazo, como el altiplano es del chagra, entre aletazos de belleza nació el chazo. Entre gentes recatadas, aparentemente hoscas, pero en el fondo, ingenuas y cordiales; espíritus para quienes el tiempo ha discurrido lentamente.
Loja es mestiza. En las bocas juveniles de las longas se posó el beso de los caballeros aventureros. España se ennobleció con las fuerzas de esta estirpe nativa y limitó su propio linaje hasta liquidarlo. Las “razas” superiores, solas, se degenera.
Conservadores viejos todos. En ellos perduran los signos de dos etnias las costumbres y formas de vida de lejanas y vecinas regiones. Creyentes en lo que les es tradicional y las defienden. En este ambiente se moldeó el espíritu del chazo, lojanismo que quiere expresar algo más que mestizo. Su origen viene desde la sombra de los faicales, de la actividad de las doctrinas y de sombría sensualidades mestizas y blancas.
Es bien sabido que la persona que no tiene facciones y en sus apellidos huellas de autoctonismo, no ha nacido en la ciudad de Loja; no tiene como cuna aquellos pueblitos donde se hacen panelas y alfeñiques; se come melloco y pepeán; que siquiera ha cursado primer año de secundaria en el Bernardo, las Panchas o las Marianas, de los que han tenido que separase por ineptos en cuanto a estudios o deberes.
El aporte de sangre hispana en el centro, sur y Occidente de la provincia, mezclado con la mestiza, ha dado como resultado una fusión sanguínea que, nutrida con la savia extraída de estas fértiles mesetas, ha producido este exponente de trabajo campestre, del comercio y de la cultura lojana.
En feroces valles y mesetas viven tipos especiales: los chazos del sector fronterizo de Celica, Macará, Puyango, Gonzanamá y Espíndola. Simpáticos en su físico, vigorosos, emprendedores, trabajadores, gastadores y belicosos. Viven y trabajan como hombres. Nunca se dan por vencidos. Viven en poblados antiguos donde no tienen lugares de recreo para la gente de trabajo; apenas hay un parque para los holgazanes. El templo y el convento son los puntos de cita de los chazos lechuguinos, elegantes y matones. Al lado de las iglesias, en las entradas de los poblados y en las plazas principales, que la colonia dejó con el nombre de Plaza de Armas, viven los chazos de copete; en las calles tortuosas y sin empedrado viven los chullalevas, zapateros, carpinteros y jornaleros, cuyas madres fueron bolsiconas. Prefieren interjecciones típicas y juran a cada rato. Tiene sangre nueva para su vigor racial, es que ha sido formada al pie de los guásimos por algún buen cristiano en una chola yodada.
Chazo de la frontera. Su espíritu siempre desgarrado por un conflicto de lealtades en su ecuatorianidad y lealtad a querer aprender. Quiere vivir una vida ecuatoriana, una vida culta. Vivir sin recurrir a los desdenes de los hombres de más allá de nuestros límites; vivir con orgullo y no con vergüenza, con gloria y sin inequidades; vivir pobre pero no arrancado; con su pucho en la boca y con su canchalagua, pero no humillado por la caridad.