Sandra Beatriz Ludeña
La época invernal está haciendo de las suyas en esta provincia fronteriza, la lluvia esta vez se metió con nosotros, los del sur. Varias casas se han derrumbado como castillos de papel deshechos en el aguacero.
Llevo ya muchísimos años viviendo estos inviernos que no respetan nada, se arrebatan y le quitan el turno al verano, que de empujones se llevan hasta la primavera. Pero lo que más sorprende, es que ahora, nos dañe carreteras, planes, vida, con el deslave, las vías se tornaron resbalosas y las casas frágiles.
Para mí, lojana empedernida, estoy acostumbrada a este clima, más no así a la catástrofe. Hay días que me pongo camiseta, falda, zapatillas, dispuesta a buscarle la mejor cara a la mañana, mas, resulta que en medio del paseo, tengo que correr a guarecerme del tremendo golpe lluvioso, los vientos, el peligro de no estar preparada para andar con ropa mojada y el alma húmeda.
Las esperanzas también se mojan, espero pasen estos meses para recibir el verano de forma más optimista, sin fríos que estremezcan. Quizá las cosas mejoren. Las personas también tenemos estaciones y es imposible no vivir en invierno con tristeza, cuando hay familias que lo pierden todo.
Para pasar estas malas horas, creo que hace falta más que suéteres, abrigos acorazonados, gorros de ternura, también esperanza en días mejores. Encontrar la calidez del prójimo, amigos, familiares incondicionales, dejar de ser extraños animales perdidos en la misma tierra.
Las noches heladas irán pasando su hoja de calendario, y aunque testarudo el frío tendrá que tibiarse con la idea de que el verano llegará para solucionar los desajustes. Mientras tanto, la solidaridad tendrá que sacar sus mejores colchas, para abrigarnos.
Ya no le temo mucho al frío del invierno, más me aterroriza la indiferencia de los que amo. Un día, no se sabe bien cómo, la amistad se enfría, la cortesía se ahuyenta y ya no hay vuelta atrás. Que no vuelva el invierno con esos caprichos de odio, duda, hastío, daño. Llegará el verano, ojalá yo todavía conserve la esperanza, las ganas de luchar, los antojos de comer sandía y otras golosinas, mientras la vida me ofrezca esperanza de nuevos veranos.
Ojalá que las carreteras resistan, así como resiste esta alma dura, que no sabe de rendirse. Ojalá que los caminos nunca más se cierren, porque la vida es amada, a pesar de sus fríos. Una mujer sencilla, llega por mis lares, dice que viene de Cera trayendo unas vasijas de arcilla, le pregunto ¿cómo estuvo el camino?, dice no hubo problema. Trae, a más de los utensilios la esperanza en los ojos.
Me colma la ternura infinita, ver la esperanza hecha tibieza, entusiasmo, alegría. Habrá que seguir forjando nuevas historias, habrá nuevos veranos esperanzados.