Empleo de calidad y otras utopías

David León Ortega.

Hace unos días conocí a Miguel Ángel, un joven extranjero que es profesional en computación, quien mendigaba unas cuantas monedas en las calles de Loja, puesto que, lo que gana limpiando vehículos, no le alcanzaba para mantener a su familia, por curiosidad le pregunté por qué no trata de conseguir un empleo formal, si aún es joven. La respuesta fue contundente: «no hay oportunidades». Como Miguel, muchos ciudadanos extranjeros y locales deambulan día a día tratando de encontrar espacios de trabajo y, muchas de las veces, ante la coyuntura de desempleo generalizado, se encuentran con la necesidad de aceptar un empleo en actividades que nada tienen que ver con su preparación académica. Ese es el panorama actual del mercado de trabajo, en una economía como la nuestra en donde aún existen desajustes estructurales y problemas con la normativa laboral, lo que imposibilita la creación de fuentes de empleo de calidad.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) está enfocada en promover el trabajo decente e impulsar la justicia social, lo que requiere el desarrollo de mercados laborales inclusivos y eficaces; por su lado, la Organización de Naciones Unidas (ONU) en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) plantea “promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo y el trabajo decente para todos”, para lo cual es indispensable el desarrollo efectivo de los mercados laborales. Sin embargo, realidad alrededor del mundo es distinta. En Ecuador, según las cifras oficiales, en febrero de 2022, la tasa de empleo adecuado fue de 31,7%, lo que quiere decir que, de cada 10 ecuatorianos, únicamente 3 individuos tienen un trabajo de calidad, con todos los beneficios de ley. Por tanto, 7 personas tienen una ocupación en malas condiciones, entre los que se encuentran Miguel Ángel y, quizás, algunos de nosotros.

¿Qué podemos hacer? Aunque no exista una fórmula mágica para generar más fuentes de trabajo y mejores condiciones laborales, no es menos cierto que un primer gran paso sería reorientar integralmente la política pública. Los gobiernos deben enfocar sus esfuerzos en generar una mayor confianza en el potencial de las instituciones que influyen directamente en el mercado de trabajo, de manera que el país acoja inversiones que dinamicen los sectores de la economía desaprovechados, permitiendo de esta manera impulsar una mayor tecnificación y especialización de los procesos productivos.

En el mundo competitivo actual, los desempleados o subempleados no tienen bienestar material, de seguridad económica y de igualdad de oportunidades, por lo que existe un déficit de las condiciones de desarrollo humano. De igual forma, encontrarse empleado no siempre es sinónimo de condiciones de vida dignas, la realidad es que muchos trabajadores se ven en la penosa situación de aceptar puestos de trabajo calamitosos, en general informales y mal remunerados.

En consecuencia, la necesidad de subsistencia, característica perenne del desempleado, también se presenta en el trabajador del sector formal e informal. Por tanto, el Estado debe crear condiciones para que, en el corto plazo, se establezcan las bases de una economía sostenible y, con ello, en el largo plazo, exista tal dinamismo en los sectores productivos que sea posible que individuos como Miguel Ángel, o cualquier ciudadano, pueda encontrar la oportunidad de desarrollarse como profesional y, más importante aún, como persona, a través de un empleo digno.