Efraín Borrero E.
Hace veinte y cinco años, aproximadamente, con Fausto Boada Abarca y otros amigos lojanos realizamos un viaje por varios cantones de nuestra provincia, con el apoyo de la Cooperativa de Transportes Loja. El propósito fue evaluar la posibilidad de desarrollar el proyecto turístico educativo “Aulas sobre Ruedas”, dirigido a estudiantes del último año de educación primaria de la ciudad de Loja.
La propuesta se encaminaba a que los estudiantes, acompañados por un tutor responsable, conozcan aspectos generales de los sitios contemplados en la programación. Lamentablemente, las instancias competentes prefirieron inclinarse por hacer oídos sordos a una iniciativa innovadora y significativamente provechosa.
Llegamos al Bosque Petrificado de Puyango situado a 37 kilómetros de Alamor. En el puesto de ingreso nos esperaba Manuel, el hombre que nos condujo en el recorrido y brindó todo tipo de explicaciones, incluyendo las paleontológicas que decía dominar.
Manuel, con unos sesenta años a cuestas, saludó efusivamente con cada uno de nosotros. Se mostró amistoso, simpático, bonachón y con la sencillez que caracteriza e identifica a los campesinos de nuestra provincia. Nos dijo que era empleado del Consejo Provincial y que laboraba muchos años cuidando el bosque y recibiendo a visitantes.
A toda costa se empeñaba en sacar a relucir sus conocimientos paleontológicos. Explicó que los adquirió de científicos que a lo largo del tiempo habían visitado el bosque y porque ha estudiado el tema día y noche, desvelándose y quemándose las pestañas. Cordialmente insinué que tuviera cuidado, y le recordé que “aquel hidalgo castellano de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”, como describía Miguel de Cervantes a su célebre personaje, “se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.
Reunió al grupo, incluyendo al chofer del bus y a su ayudante, para decirnos que el Bosque Petrificado de Puyango, uno de los pocos existentes en el mundo, cubre un área de 2.658 hectáreas que comparten las provincias de Loja y El Oro. Se trata de un yacimiento fosilífero cuyo principal atractivo son los árboles petrificados con una edad entre sesenta y cien millones de años, siendo, tal vez, la mayor colección de madera petrificada. El ejemplar más grande tiene dos metros de diámetro y quince de largo. También se encuentran fósiles de hojas que corresponden a plantas primitivas.
Manuel se expresaba con términos que estaban fuera de nuestra comprensión, a eso se debió que no hiciéramos preguntas para no meternos en honduras, además que él disfrutaba teniéndonos como pupilos. De lo que sí estuve seguro es que despertó en nosotros la sensación de vivir, momentáneamente, en la época de los dinosaurios.
El ayudante del bus, trepado en un árbol petrificado tirado en el suelo desde quien sabe cuándo, exclamó: ¡aquí hay un palo hecho piedra! Con el puño de la mano lo golpeaba fuertemente para comprobar que era macizo.
En el recorrido nos encontramos con un árbol petrino gigante, de unos treinta y cinco metros de alto por ocho de ancho. Manuel aclaró que en ese lugar aún crecen ciertos árboles como hace millones de años. Entre unas ocho personas tomadas de la mano lo abrazamos para sentir la magnificencia de la naturaleza.
Al término del recorrido visitamos un museo donde Manuel seguía explayándose con sus propias teorías científicas. Al despedirnos apreciamos que se sentía emocionado y orgulloso de habernos sacado de la ignorancia.
Retornamos a Alamor, cabecera cantonal de Puyango, tierra del reconocido escritor, poeta e historiador, Marcelo Reyes Orellana, quien, además de su vasta producción literaria e histórica, es autor de algunas letras de himnos de cantones y parroquias lojanos; de colegios, escuelas y jardines de infantes; y, de instituciones y sociedades gremiales.
El distinguido intelectual, escritor y profesional apasionado por la medicina ecológica, Walter Mena Ordoñez, también nació en esa encantadora tierra de gente amable y hospitalaria.
Nos alojamos en un hotel diagonal a la casa que fuera de la señora Rosa Elena Núñez Ocampo, acaudalada hacendada del sector, quien, según cuentan, fue víctima de un asalto por parte de Naún Briones y sus compinches, el 5 de diciembre de 1934, en el sitio Zhucata, por el sector de Celica, en circunstancias que ella regresaba de Macará recibiendo dinero por concepto de la venta de una hacienda. Su nieto, Marcelo Reyes, detalla las vicisitudes de ese suceso en su obra «El Último Asalto de Naún Briones».
El hecho puso en alerta a otros hacendados, especialmente del sector fronterizo, que permanentemente arreaban ganado hacia Macará para su comercialización en el Perú.
El Dr. Lautaro Loaiza Luzuriaga, ilustre sacerdote gonzanameño, párroco de Alamor desde 1913, y muy recordado por la grandiosa obra social realizada, como la instalación de una imprenta importada de los Estados Unidos, y el montaje del reloj público de ocho esferas traído desde Alemania, envió un telegrama a su amigo, el presidente Velasco Ibarra, solicitándole clamorosamente ayuda para controlar la situación a fin de garantizar la integridad y bienes de las personas. Se afirma que el operativo dispuesto por el Primer Mandatario, al mando del Mayor Deifilio Morocho, fue el inicio del fin de Naún Briones.
También se asegura que tiempo después de la muerte de Naún Briones, el Mayor Deifilio Morocho, prevalido de la hazaña lograda, se presentó en Alamor ante la señora Rosa Núñez para solicitar la mano en matrimonio de una de sus hijas, pero ella ya se había casado con un peruano.
Esa noche, en el hotel, hicimos una evaluación de las actividades cumplidas y nos retiramos a descansar. Cada habitación era ocupada por dos personas. Entre las cinco de la mañana me levanté para beber una coca cola en recepción. Oh sorpresa, vi a Fausto Boada sentado en un sillón, cubierto con una cobija y dormido. Creí que se había pasado de fermentos, como dice el “Chato”. Con tino lo desperté y pregunté por qué no había dormido en su habitación. Maltrecho y con el cuello tremendamente dolorido respondió que había tomado esa decisión porque no aguantaba el tóxico y asfixiante olor de los pies de su acompañante; y que temía sufrir un paro cardiorrespiratorio.
Dejando de lado ese y cualquier otro pequeño inconveniente, disfrutamos del cantón Puyango, al que “Dios pintó en el cielo como un claro de luna”, y que se luce mostrando sus encantos y la exuberante fertilidad de sus campos, tan propicios para la producción ganadera, así como de maíz, caña de azúcar y del buen café.
La propuesta para que estudiantes y familias lojanas conozcan los maravillosos rincones de nuestra provincia se mantiene vigente. Cada uno de los cantones tiene mucho que ofrecer y bastantes leyendas e historias que contar.