Campos Ortega Romero
Los últimos acontecimientos sucedidos en nuestra ciudad: muertes, robos, accidentes de tránsito, dando como resultados muertes y discapacitados, violando flagrantemente el respeto a la vida ajena. Debería horrorizarnos y preguntarnos ¿qué nos pasa? Uno en verdad ya no está seguro cuando camina y peor mientras conduce. Conductores novatos, otros agresivos, despistados, seguetas, con el síndrome de la velocidad, chóferes profesionales y sporman que no tienen respeto por nadie ni por nada nos están condenando a la reclusión en nuestros hogares, y ni así estamos libres de que un auto o camión se estrelle contra las paredes de la casa.
Es hora de reflexionar sobre estas acciones que a nada bueno nos conducen, el individualismo, como producto de la alienación cultural nos ha vuelto indolentes y con ello la sociedad se ha degradado tanto sumergiéndola en anti-valores, para confundir la libertad en libertinaje, donde se desconoce la responsabilidad en todos y cada uno de nosotros y lo que es más el respeto a la vida.
Sí, de todos nosotros y mucho más de las autoridades, llamados a poner un alto a los “san viernes” que cobran vidas, generalmente de adolescentes, que se dedican a libar y, con el consentimiento de los papis, toman las llaves del auto y a correr se ha dicho. ¿Qué padres irresponsables admiten que sus vástagos, que no tienen siquiera la edad y peor la pericia se coloquen al volante? Pues serán aquellos que busquen librarse de sus hijos, porque de lo contrario no se explica que los expongan de esa manera.
El segundo tipo de víctimas, en cambio, son producto del abuso que cada cual ejerce sobre el más débil, especialmente los conductores de los buses al realizar las paradas y la exigencia que suban o se bajen rapidito, rapidito, sin importar que sea un anciano o anciana, o madre de familia con su bebé en sus brazos o niños, sin interesarles para nada la seguridad de los pasajeros, para imprimir velocidades escalofriantes, sumado a ello el irrespeto a las normas de tránsito, violentando e invadiendo vías y con ellos los accidentes que dejan como resultado muertes, desolación, huérfanos y lesionados.
Claro y después del accidente es común escuchar que se produjo porque el carro no quiso obedecerle al chofer. Vaya manera de evadir responsabilidades, vaya forma de hacernos creer el quite y echarle la culpa a esa máquina que no cumple sus órdenes.
¿Se ha fijado alguna vez cómo conduce la gente? Para qué fijarse si lo vemos, más bien dicho, lo sentimos a diario. Mientras más temprano en la mañana es peor porque los atrasados manejan como si fuese el jefe quien estuviera detrás de ellos. Lo más increíble es que hay hombres que se topan con mujeres y que por el hecho de ser hombres piensan que pueden lanzarles el auto sin más ni más, hay un buen número de mujeres que creen tener habilidades de pulpos, pues mientras conducen el auto, también van acicalándose. Hay de todo al volante y ahora que los celulares andan de moda hay quienes pierden la noción del peligro.
Hasta la saciedad se ha dicho que los accidentes de tránsito, en su gran mayoría, se deben a fallas humanas y a la arrogancia con la que conducimos algunos ciudadanos. Si en algún momento de la historia el automotor fue el adelanto más significativo para beneficio de la humanidad, en los momentos actuales constituye uno de los adelantos que más vidas ha cobrado como consecuencia de la irresponsabilidad de los conductores.
La pregunta es, por qué se producen los accidentes ¿Será acaso que tienen la culpa las victimas? O será que son las máquinas que fallan. Ninguno de los dos casos. Si bien es cierto hay peatones y conductores que han sido víctimas, también hay peatones despistados que han actuado con imprudencia en las calles. Sabemos perfectamente que las leyes se hicieron para cumplirse, pero en nuestro país no acontece lo que debería ser. Poco o nada importa las leyes o las sanciones, pues los conductores seguimos siendo irresponsables de siempre. La invitación es que cambiemos esta vieja costumbre de violar las leyes para obedecer con firmeza las normas de tránsito y convertirnos en enamorados de la vida, capaces de contagiar esta actitud para motivar las voluntades y los corazones de otros conductores. Para convertir a Loja en ejemplo a seguir, amiga de la vida, ciudad pequeñita pero de cristal, amorosamente solidaria con la vida, la ternura y el amor. Así sea.