Lcdo. Augusto Costa Zabaleta
Obcecada porfía, abismal demencia e inconsciente blasfemia; clamor retumbante en los confines del firmamento; eco agónico en el lecho de los mares y sinfonías fúnebres en el clamor de los vientos; mansedumbre reprimida en la ferocidad innata de las fieras y blancura impoluta en los nevados eternos en el cortejo de un adiós, plasmado de ingratitud.
Oh tierra milenaria, planeta inmensurable, son tu noble origen y tu misión perpetua el milagro consumado por el Arquitecto Universal, más en un acto de ignominiosa incomprensión, oprobioso desdén y en un despropósito vertiginoso de conducta, el género humano con zafiedad comete su desliz delincuencial, pervirtiendo la esencia vital de la comprensión y los valores incólumes de la razón.
Tú madre tierra, que encarna la elocuente probidad y diáfana exuberancia; que predominas el cenit de la constelación galáctica por tu privilegio excepcional de generar vida y protagonizar una evolución pródiga y savia, y que constituyes con orgullo el edén misterioso de todo lo creado por tu belleza prístina angelical, esculpida por los pinceles mágicos de los tiempos con la armonía del equilibrio y la sabiduría de lo perfecto, para la inspiración sublime y el éxtasis de poetas, trovadores y juglares; cautivadora genial de pintores y escultores que impregnan en el lienzo tu gentil figura, con ropajes de nácar, esmeralda y zafiro, iluminada por la luz astral del espacio sideral.
A sabiendas de que, con sutileza y verdad, ‘’no hemos heredado el mundo nuestros antepasados, sino que lo hemos tomado prestado a nuestros hijos’’, para respetarlo y dignificarlo y que el ser humano busca la belleza siempre, que son las realizaciones de su propio equilibrio.
¿Por qué esta despiadada obsesión de destruirte, de escarnio y la ingratitud y de una incuria inadmisible; acaso no comprendemos que tu vida fecunda es un reto al espíritu humano y al equilibrio mental que radica en la ciencia y la razón?