Decencia y Política

Vicente Paul Maldonado

Uno de los valores que habla más de una persona es la decencia, para vivirla se necesita educación, compostura, buena presencia y respeto por los demás. La decencia es el valor que nos hace conscientes de la propia dignidad de la persona, por ella se guardan los sentidos, la imaginación y el propio cuerpo, de exponerlos a la morbosidad y al uso indebido. Cuando una persona deja de vivir este hermoso y gran valor, su personalidad sufre una transformación poco agradable.

Faltar a la decencia hace que las relaciones con las personas sean inestables y poco duraderas, fundamentadas en la búsqueda de placer, con una evidente falta de compromiso y obligaciones. Ser decente no es simplemente ser educado y tener buenos modales. La decencia expresa algo más profundo que la instrucción y la comunicación cordial. Ser decente es respetar al otro, ser sensible ante sus necesidades y sobre todo no sentirse “superior a él”. La política es la ciencia y el arte de servir a la sociedad; es una práctica noble necesaria en un sistema democrático; es el instrumento para vivir en libertad; en la actualidad estás prácticas legítimas están lejos de nuestra realidad, hoy la política se ha convertido en sinónimo de engaño, falacia, corrupción, demagogia, porque en la mayoría de actores políticos prima el interés personal y no los intereses colectivos y bajo esa premisa existe un afán desenfrenado por captar el poder. Hoy en día, estamos a las puertas de un proceso electoral y ya somos testigos de las mismas prácticas deshonestas de siempre: ofrecimiento demagógico, entrega de dádivas, cambio de camisetas, pactos obscuros, etc… Concepción sumamente peligrosa en la perspectiva de buscar el bienestar social y el desarrollo de nuestra sociedad. Convencido de que somos personas sumamente inteligentes creo y estoy seguro de que los electores no vamos a cometer los mismos errores de siempre, más bien castigaremos en las urnas aquellos que en oportunidades anteriores delinquieron, usufructuaron, defraudaron, que hicieron del poder un modus vivendi y por más que traten de convencer una vez más con artificios, nuestra sociedad no caerá en las garras de estos mercaderes de la política. Hoy más que nunca nuestra sociedad debe escoger a hombres y mujeres con una hoja de vida intachable, con vocación de servicio, capacidad para gobernar y particularmente dispuestos a combatir la corrupción que ha sido la principal causa de retraso, desempleo, subdesarrollo y abandono. Llegó el momento de repensar en que la política es la principal arma para trabajar por las causas colectivas con un enfoque de equidad, justicia y solidaridad. Hoy nuestra sociedad exige políticos con las luces largas puestas, que digan la verdad aunque no les guste, que propongan salidas realistas sin esconder las dificultades y que garanticen la igualdad de oportunidades para atenuar las desigualdades crecientes. Todo esto no se hace con ruido, sino con la decencia política, misma que exige gestionar todo lo público con responsabilidad y rechazando todo tipo de corrupción. Si no podemos pensar por nosotros mismos, si somos incapaces de cuestionar la autoridad, entonces nos convertimos en pura masilla en manos de los que ejercen el poder. Pero si las personas recibimos una educación acertada y formamos nuestras propias opiniones, los que están en el poder trabajarán para el pueblo. En todos los países del mundo se debería enseñar a nuestros niños el método científico y las razones para la existencia de una Declaración de Derechos. “Ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto las personas como las instituciones, inspirándose en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter local, regional, nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación, en todos los pueblos”. Con ello se adquirirá cierta decencia, humildad y un verdadero compromiso espiritual y social.(I).