Amar lo que amamos

P. Milko René Torres Ordóñez

El hombre nunca dejará de hacerse preguntas en torno a su realidad existencial. Tampoco elude su cuestionamiento respecto a su ser religioso: ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi relación con Dios? De igual manera, como ser contingente, está abierto a la fragilidad, la que le induce al pecado cuyo eco original lo escuchará en los primeros relatos del libro de Génesis. Creado a imagen y semejanza de Dios tiene el don del discernimiento. La sabiduría es connatural en él.

Lamentablemente no acude a ella. El relato del encuentro de Jesús con la Samaritana en el Pozo de Sicar trasunta fe y misterio. Dios ama tanto al hombre que permitió que su hijo cayera hasta lo más bajo, en todo, menos en el pecado. Su deseo de trascendencia nunca se agota. Escribía Teresa de Lisieux que su vida iba más allá de esta vida. Quería pasar haciendo el bien, vivir el cielo en la tierra. Construyamos la civilización del amor a base de utopías; un mundo nuevo, a veces raro y misterioso. Pablo utiliza un lenguaje proactivo con el que quiere alcanzar fluidez. La verdadera comunicación debe ser fluida porque forma parte de la libertad.  El Apóstol de las naciones traza signos de vida cuando ve el firmamento que está limpio. Onésimo, en la carta a los Corintios, cumple la misión de la obediencia para recabar la legalidad de su libertad que conlleva el sello más importante: su dignidad como hijo de Dios. El manifiesto cristiano contra la esclavitud lo pregona Pablo. Seguramente recordará una de las más densas enseñanzas de Jesús sobre el verdadero amor: no hay amor más grande que dar la vida por los demás. En el madero de la cruz Jesús escribió con el color de la sangre que brotó de su costado el testamento del amor universal. Amar lo que amamos no es un slogan, es santo y seña de la auténtica libertad. En la entraña del Evangelio la esclavitud está abolida. San Lucas presenta la propuesta para configurar la esencia del verdadero discípulo. Una misión tejida de oportunidades y retos, sencilla y compleja. El discípulo, en su opción radical por el anuncio de la buena noticia, alcanza un valor absoluto. La configuración con la espiritualidad de Jesús resulta arriesgada, incomprensible y peligrosa. Sin embargo, viene a mostrar la intensidad de la luz que ondea su misterio en la antorcha de la victoria. Si alguien quiere continuar su andar en la ruta del camino de Jesús debe leer con serena claridad las claves que codifican el significado de asumir y caminar con la cruz. El Maestro plantea un nuevo estilo de vida, en apariencia matizado de prejuicio y escándalo. Jesús exige vencer el odio con amor sin límites. La decisión por Él no tiene precio. Como el amor verdadero. Como amar más allá del amor. Un signo profético tan actual es la persecución a la Iglesia en muchos lugares del mundo. La identidad de los cristianos no se negocia. El kerigma tiene la fuerza para incomodar y para concedernos la auténtica libertad como portadores de un mensaje que trasciende fronteras.