LA MAÑANA

P. Milko René Torres Ordóñez

La composición de Edvard Grieg, “La mañana”, escrita en mil ochocientos ochenta y seis, retrata la salida del sol en un drama de Henrik Ibsen que cuenta la historia de un héroe epónimo que se encuentra extraviado en un desierto de Marruecos. Sus compañeros lo abandonaron después de robarle su embarcación mientras dormía. Esta referencia reafirma una idea muy sencilla, pero profunda, de la belleza de la luz de cada día en la naturaleza y en el ser humano.

Su causa e incidencia son complejas. Un paisaje dice mucho. Transmite sensibilidad. Despierta la vocación innata del hombre a la gratitud. Prefiero ignorar la existencia de una persona que no haya recibido este don. La luz vive en nosotros. La palabra es una lámpara para caminar con pasos seguros. La Sagrada Escritura comparte su energía a través de la acción trascendente de nuestro Padre, Dios. ¿Viviríamos en una eterna oscuridad? Necesitamos de la luz con la finalidad de encontrarnos y descubrir a los demás. El profeta Isaías señala que somos valiosos ante los ojos de Dios. Él es nuestra fortaleza. Estamos destinados a ser luz de las naciones en los cuatro puntos cardinales. La paz, muy anhelada, espera recuperar su espacio y protagonismo. Soñamos con un mundo tan radiante y humano como el abrazo de cada mañana. A la violencia, dice el salmista, el amor le cierra la boca. El encuentro con lo divino esclarece el derecho a la libertad y concede el premio a la búsqueda del bien universal. La máxima expresión de una verdad muy actual la escuchamos en la voz de un solo Cordero. Su cántico a la vida es victoria sobre la muerte. La luz de Jesús, el Cordero, simboliza una nueva vida que es urgente apreciarla. La hemos recuperado gracias a su deseo infinito de nacer, quedarse, vivir entre nosotros. Es el tiempo de abrir nuestros labios, oídos, para potenciar nuestra voluntad y reconocerlo. ¿Es posible que un humilde cordero pueda acabar con nuestra indiferencia y soberbia? En el corazón de Jesús está encendida la antorcha de la dignidad. La lucha contra cualquier forma de opresión que avive la explotación proveniente del odio y del poder. La misión de Jesús la describe san Juan en su manera de contraponer conceptos que se convierten en valores: amor-odio, luz-tinieblas, vida-muerte. El amor perfecto va más allá de los contrastes. Es misión, plenitud, vida en abundancia. De la mano de Jesús avanzamos dando pasos agigantados. El objetivo es profusamente salvífico, no exento de contrariedades. La pedagogía del Maestro de Galilea acompaña, guía, orienta, transforma. Describe el amanecer y el mediodía entre luces y sombras, entre el agua y el Espíritu. El Cordero inocente fortalece el hacer y el ser de cada creyente en medio de la debilidad y la incertidumbre. Frente a Jesús, como en la realidad de Juan Bautista, no cabe otra opción que llegue a ser más eficaz e influyente. En este discernimiento se esclarece el punto de inflexión que no admite ninguna duda: El Hijo de Dios, es el Cordero, que viene a quitar el pecado del mundo. La profesión de fe es luz en cada amanecer, claridad en las decisiones para obrar bien.