Debate político y reivindicación humana

Benjamín Pinza Suárez

Ha iniciado la campaña electoral y los debates políticos se han dado entre los candidatos a prefectos y alcaldes ante una población escéptica y desmotivada. La presencia de muchos candidatos que han postulado para estas dignidades le ha restado calidad a estos debates donde el tiempo ha sido muy limitado para la exposición de sus propuestas electorales resultando ser casi un saludo a la bandera. Lo ideal de un buen debate político es no solo la exposición seria, razonada, argumentada de sus planes y programas a cumplir durante el tiempo que dure su función en los gobiernos seccionales, sino y con mayor énfasis y rigor en el modelo de provincia y ciudad que aspira alcanzar. El mismo hecho de plantear un modelo bien concebido de provincia y ciudad, obliga a los candidatos a estructurar una planificación a largo plazo capaz que se constituya en la guía, la ruta que tienen que seguir los futuros funcionarios y con ello evitar esa pésima costumbre politiquera de dañar lo que hicieron los anteriores administradores e imponer sus propios caprichos sin ninguna planificación, generando con ello caos, desorden y retraso.  Con una propuesta de esta naturaleza, el candidato triunfador, se vería obligado a incorporar en su propuesta los más importantes aportes de los demás candidatos a efectos de estructurar un macroproyecto que anticipe los escenarios futuros de una ciudad y provincia tal como la queremos ver los ciudadanos, esto es una ciudad y provincia en pleno desarrollo.

No he escuchado en estos debates hablar del tipo de desarrollo que se quiere poner en marcha desde los territorios y desde las instituciones públicas. Existen varias concepciones acerca del desarrollo, no obstante, plantearemos algunos puntos de vista que nos permitirán acercarnos a nuestra posición frente a tan importante tema.

En primer lugar, una sociedad se desarrolla cuando haya logrado superar las inequidades y los sistemas de explotación y haya alcanzado una sociedad igualitaria con ciudadanos que creen en sus propias capacidades y entregan todo su aporte en beneficio del colectivo; pero que, a la vez, reciben lo necesario para una vida digna para él y toda su familia.

Desde la óptica geo-económica, social, política y cultural de un capitalismo deshumanizado, el desarrollo no sería otra cosa que el bienestar y enriquecimiento de unos pocos en contra del aniquilamiento y pauperización de muchos. Así, entonces, el desarrollo incluye problemáticas teórico-conceptuales, culturales y hasta ideológicas que requieren de debates serios, sistemáticos y profundos.

Los índices que califican el desarrollo humano son: educación, vivienda, alimentación, agua potable, saneamiento ambiental, fuentes de trabajo, seguridad social, etc. Por tanto, ubicados en los sectores populares, entendemos por desarrollo el mejoramiento cualitativo de las condiciones de vida en donde haya generación de trabajo y empleo para la realización humana de los miembros de una sociedad determinada. Este mejoramiento cualitativo de las condiciones de vida de los seres humanos hace relación a mejorar su alimentación, su salud, su vivienda, su vestido; pero más que ello, hace relación a su crecimiento y potenciación afectiva, sentimental, educativa, moral, cultural; a su real posibilidad de realizarse como ser humano en sus más altas y múltiples manifestaciones. 

Todo ello configura las dimensiones fundamentales del desarrollo humano que debería evidenciarse en un nivel de vida decente, en una vida larga y saludable, en libertad, en democracia, con derecho a la participación social y el derecho a valorar y mantener las tradiciones y su propia cultura. Estas dimensiones nos impulsan a plantear tres desafíos: la esperanza de vida, el derecho a la educación y el derecho a tener un buen nivel de ingreso.

Si esta sociedad egoísta nos ha venido negando esos derechos, no podemos cruzarnos de brazos a llorar de impotencia; porque no es desde los monasterios, o desde nuestro enfermizo conformismo y aislamiento como contribuiremos a la magnificencia de nuestra historia, sino ubicándonos en el lugar exacto de la reivindicación humana.