La vida y su escala de grises

Diego Lara León

Hay momentos que las pantallas de los teléfonos o televisores parecen sangrar con tanta noticia de crónica roja. Sin embargo, seguimos prendidos a las imágenes con una morbosidad que la mayoría de nosotros define como “normal” o “socialmente admisible”.

Es muy probable, que el bombardeo mediático sobre los problemas desencadenados por la crisis económica, social, de seguridad y de convivencia de los últimos años ha empeorado su dramatismo por aquello mismo que los climatólogos denominan “la sensación térmica”: si hace frío, el viento o la humedad hace que sintamos más frío del que realmente hace, pero pese a saberlo, nos exponemos a la “inclemencia informativa” que agudiza a los peores aspectos de la realidad que vivimos.

Varios estudios sobre medios de comunicación social alertan sobre el efecto en cascada al consumir pesimismo. Apenas el 5,6% son “buenas noticias”, es decir, 1 noticia buena contra 17 malas.

En el peor de los casos, la continuidad de malas noticias estimula estados de depresión y provocan tal impacto emocional que conduce a tomar decisiones equivocadas.

Muchos estudios han demostrado que nos preocupamos más por los peligros que por los beneficios de las cosas. Somos mucho más sensibles a lo que estimula nuestro estado de alerta, que a nuestras motivaciones positivas. Tendemos a sentir más miedo que felicidad. 

Los entendidos indican que el 80% de las cosas que nos preocupan, nunca nos pasarán.

Pero sin duda, una noticia mala, genera más interés que una buena. En otras palabras, una noticia mala vende más que una no tan mala.

Algunos dirán que el problema no es la oferta de malas noticias, sino quienes las consumen. La verdad es que es un poco de todo. Escuchamos decir con frecuencia a varias personas frases como: “antes vivíamos mejor”. Eso es relativo, porque antes, la esperanza de vida era mucho menor, las condiciones sanitarias abismalmente peores que las de ahora, había menos oportunidades, menos comunicación, ya no podríamos acostumbrarnos a vivir esa vida supuestamente mejor.

También escuchamos decir: “este es el peor congreso o cabildo de la historia”, pero el próximo tendrá ese mismo calificativo. Somos campeones para dar sentencias basadas en percepciones, vivimos del peligroso “no tengo certezas, pero tampoco dudas”.

Hacer una actividad llenos de pesimismo solo generará un resultado negativo. Por lo tanto, ¿qué tal si vemos a los candidatos y a las elecciones con otros lentes y desde la otra vereda?, ¿qué tal si votamos por aquella persona que no agrede a su compañero de contienda electoral?, ¿qué tal si escuchamos sin sesgos lo que los candidatos opinan? Al final nuestro voto es secreto y la decisión que tomemos sin duda es importante para el futuro de nuestra sociedad.

¿Qué tal si las malas noticias que hay y son muchas, no nos quitan las ganas de vivir y construir nuestros sueños? Pensar más en positivo no significa dar la espalda a los problemas, más bien nos permite visualizar mejor las posibles soluciones.

Un querido maestro me decía “si caminas por la vida pensando que todo es o blanco o negro, corres el riesgo de perderte una hermosa escala de grises”.