Malnutrición: problema mayúsculo que afecta al país

Numa P, Maldonado A.

En Ecuador, una de cada dos familias (el 48 % de la población) no tiene acceso a una alimentación balanceada y uno de cada tres niños menores de dos años, sufre desnutrición crónica infantil (DCI). Esto significa que los ecuatorianos, casi mayoritariamente, estamos malnutridos y en el corto plazo, considerando la triste proyección de la DCI, nos encaminamos aceleradamente a un país sin futuro.

¿Qué es la malnutrición? Representa las carencias, excesos y desequilibrios de la ingesta calórica y de nutrientes de una persona, bajo diferentes formas: desnutrición crónica, desnutrición aguda, sobrepeso, obesidad (1,8 millón de compatriotas) … La malnutrición es consecuencia del consumo inadecuado de alimentos, en cantidad y calidad, de manera especial, durante los primeros 1000 días de vida y, por cierto, durante el resto de la existencia. La causa madre es la inequidad social y, a partir de ella, el hambre (2,7 millones de personas), la pobreza y la ignorancia (el Estado no llega a los estratos sociales más bajos y ha ignorado la Educación holística o integral, particularmente orientada al componente nutricional y en valores). Cabe resaltar que un niño(a) con DCI, jamás crece y se desarrolla como una persona normal, siempre será un adulto dependiente, con deficiencias físicas, inmunológicas y cognitivas.

Frente a esta triste situación, ¿qué podemos hacer? En primer lugar, reflexionar seriamente sobre nuestro verdadero papel de seres humanos, en relación a los demás, de manera particular, a aquellos compatriotas menos favorecidos, y actuar de manera inmediata. Dejar de ser indolentes y escapar del paternalismo impuesto desde la Colonia: contentarnos con dádivas y, sin utilizar nuestro raciocinio, creatividad y buenos sentimientos, utilizar muy poco nuestro potencial intelectivo permitiendo una especie de atrofia cerebral. Luchar por mantenernos con buena salud corrigiendo los grandes defectos impuestos por la sociedad consumista en complicidad con el Estado, que nos han llevado a la triste malnutrición que hoy soportamos, con apenas un mínimo esfuerzo de voluntad y actitud. Y con buena salud física, robustecer la salud mental fortaleciendo la solidaridad y empatía, tanto a nivel individual como grupal. Organizarnos en voluntariados de grupos y colectivos que traten de suplir lo que no han hecho ni van a hacer, por lo menos en el corto plazo, los gobiernos de turno: brindar educación nutricional integral, no sólo en términos teóricos sino en términos prácticos, utilizando, por ejemplo, los conocidos huertos familiares, tanto urbanos como semiurbanos, y valorando la calidad de los productos de los campesinos en las ferias agroecológicas. Exigiendo a las autoridades educativas la implementación obligatoria de huertos escolares con las correspondientes prácticas culinarias, ofrecidas por personas competentes… Y, de la misma manera, la introducción de la educación con valores orientada por profesores idóneos. Con una gestión adecuada, muchos de estos “maestros”, podrían surgir de los mismos padres de familia o del vecindario cercano al platel educativo y laborar sin costo alguno…

Sí, estimados lectores, dejando el nocivo paternalismo y con un mínimo esfuerzo de cambio de actitudes, abandonando costumbrismos nocivos, podríamos lograr el cambio hacia una sociedad más justa y menos sufrida.