Efraín Borrero E.
Alfonso Anda Aguirre dice que bien fundada Loja en el Valle de Cuxibamba, en 1548, Alonso de Mercadillo trazó el naciente pueblo y «dividió la cuadra principal que da a la plaza en dos mitades: la una la dedicó a la iglesia parroquial y la otra la retuvo para su persona». Evidentemente hace referencia a lo que hoy es la calle Bernardo Valdivieso entre 10 de agosto y José Antonio Eguiguren.
En la parte que correspondió a la iglesia, señala el mismo autor: “Indudablemente se levantó allí una gran choza o buhío cubierta de paja, al igual que las primeras casas lojanas”, haciendo notorio que la teja árabe y el ladrillo se introdujeron años después.
La teja árabe es la que conocemos tradicionalmente y está en algunas casas de nuestra urbe. Cuando los árabes llegaron a la península ibérica generalizaron el uso de la teja curva, de allí procede su denominación.
Anda Aguirre sostiene que hacia 1566, aproximadamente, debió haber comenzado la construcción de la Iglesia Matriz, utilizando adobe y piedra, para cuyo efecto el Rey de España, Felipe II, concedió algunos beneficios como el de los dos novenos de diezmos que pertenecían a la Corona, por el tiempo de seis años.
Sin embargo, otras referencias históricas hacen presumir que dicha iglesia existió años antes. Así, por ejemplo, Alejandro Carrión, remitiéndose al “Libro Primero de los Cabildos de Lima”, dice que Alonso de Mercadillo, quien falleció en 1560, en su testamento mandó fundar una capellanía en esa Iglesia Matriz. De su parte, Ángel Vera asegura que la esposa de Mercadillo, Francisca de Villalobos, en su testamento que se conserva en el Archivo Histórico de la Curia Arquidiocesana de Cuenca, fechado el 24 de septiembre de 1564, legó a esa capellanía los dos inmuebles situados en la plaza central. No cabe duda que se trata de los predios contiguos a la actual Iglesia Catedral: el uno, en el que actualmente está la Casa Episcopal, y el otro donde se encuentra la edificación esquinera del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda.
«Las capellanías de misas tenían la finalidad de mantener a un capellán, que recibía una renta anual, para que oficiara un número determinado de misas en memoria del alma del fundador», como se explica en un trabajo académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Uno de los presbíteros que tuvo la Iglesia Matriz, por 1597, fue Hernando Martín de Cáceres, de quien Anda Aguirre refiere lo siguiente: “Llaman la atención las disposiciones del Presbítero Martín de Cáceres, quien determina que se trasquile el cabello a los indios que no acudiesen a la misa y doctrina y les amenaza con prisión y azotes”.
El 20 de enero de 1749 ocurrió algo fatal para la pequeña urbe lojana: un terremoto la sacudió con fuerza inusitada y causó graves daños materiales. La gente corrió despavorida, algunos se subieron a los árboles y otros treparon por las lomas. Las oraciones se multiplicaban. La zozobra se apoderó de los habitantes. Algunas casas se derruyeron. La capilla de San Sebastián se vino abajo con santo y todo; lo mismo ocurrió con la de los Agustinos, y en gran medida con la Iglesia Matriz.
Hay quienes aseguran que ese movimiento telúrico ocurrió ochenta y nueve años antes de la fecha citada, pero yo me quedo seguro con la información consignada en el Catálogo de Terremotos del Ecuador del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional, que son los expertos en terremotos.
En medio de la angustia colectiva el Cabildo decidió someter la ciudad al protectorado de San Sebastián, declarándolo su patrono, ya que con su valentía y fortaleza era capaz de constituirse en guardián y custodio en contra de movimientos telúricos y pestes que devastaban a la ciudad. Desde entonces se instituyó el día veinte de enero de cada año para realizar una celebración especial en honor de San Sebastián. Esta festividad religiosa forma parte del patrimonio cultural inmaterial del sur del país.
No existen datos ciertos que permitan conocer qué ocurrió con la Iglesia Matriz desde que se produjo el terremoto de 1749. Lo que se sabe es que el General Pedro Javier Valdivieso y Torres, quien fue designado alcalde Ordinario el primero de enero de 1767, tuvo entre sus prioridades la reconstrucción de ese templo.
Luego de algún tiempo, el 29 de diciembre de 1862, el Papa Pío Nono dictó la bula pontificia por la cual instituyó la Diócesis de Loja como un desprendimiento de la Diócesis de Cuenca.
Según el Canónigo Carlos Eguiguren Riofrío, por ese hecho la Iglesia Matriz fue elevada a la categoría de Catedral, haciendo notorio que aquella denominación de Matriz era nombre impuesto por un convencionalismo o costumbre, más no ceñida a ninguna norma litúrgica.
Destaca que la categoría de Catedral no fue un mero cambio de nombre, “era la elevación por lo que dejaba de ser una iglesia como las demás y pasaba a ser la iglesia única en una Diócesis, la iglesia del Obispo, y por este título constituida en la iglesia cabeza y madre de las parroquiales, conventuales, etc.”
Desde que se creó la Diócesis de Loja hasta que Monseñor José María Massiá se posesionó como su primer obispo, el 30 de noviembre de 1876, los sacerdotes José Ignacio Checa y Barba y José María Riofrío y Valdivieso estuvieron al mando de la iglesia lojana en calidad de administradores, y cada cual contribuyó con su entusiasmo y gestión para realizar obras de mejoramiento en la Iglesia Catedral.
José María Riofrío, nacido en Cariamanga, consagró la Iglesia Catedral a la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el 31 de octubre de 1875, concordando con la invocación que hizo Alonso de Mercadillo al fundar la Inmaculada Concepción de Loja.
A eso se debe que en el altar mayor de la Iglesia Catedral se conserva la Venerada Imagen de la Inmaculada Concepción que, según refiere Carlos Eguiguren Riofrío, “la trajo el propio Alonso de Mercadillo para constancia del pensamiento e intención que acarició desde que partió de Loja de España al Nuevo Mundo”, dejando en claro que, al no haber evidencia se ha remitido a la “tradición constante y unánime”.
El obispo Massiá también realizó importantes obras en ese templo, pero lo más destacado es que lo dotó de un espectacular órgano. Dice Carlos Eguiguren Riofrío: “Este magnífico instrumento fue pedido a la casa de W. Saber, de Frankfurt, Alemania, de orden de Monseñor Masiáa, por un observante religioso franciscano muy entendido en la materia. Los fondos necesarios para cubrir el valor en Alemania y para la conducción desde Guayaquil a Loja, se tomó del subsidio que el Gobierno proporcionaba a la Iglesia lojana. Por la variedad de registros y pedales que corresponden a las combinaciones de voces de las muchas flautas de que consta el instrumento musical es, a no dudarlo, uno de los mejores que en la actualidad hay en la República».
A partir de entonces hubo varias intervenciones para mejorar la construcción del templo y adecentarlo de la mejor manera posible. Se asegura que el Canónigo Benigno Bolívar Bailón, quien fue designado Provicario de la Diócesis cuando el Obispo Harris viajó a Cuenca por enfermedad, realizó una de las reparaciones más notables, y que en el episcopado de Nicanor Roberto Aguirre se realizaron mejoras considerables en la fachada convirtiéndola en una de las Catedrales más amplias del país. Así mismo, con la ayuda del Banco Central del Ecuador, se hizo una renovación completa entre 1988 y 1990.
Hay muchas imágenes y cuadros que por efecto de las restauraciones tuvieron que ser guardados y se conservan celosamente con la idea de ser expuestos en un museo. Los demás que se exhiben son verdaderas obras de arte, como el cuadro de la Virgen del Cisne, una pintura traída desde España que tiene una sorprendente historia.
La Iglesia Catedral es una maravillosa obra de arte a la cual debemos observar, admirar y gozar de su majestuosidad. En sus rincones está el talento artístico de Leopoldo Palacios, gran personaje en la historia lojana y apasionado por la ebanistería; así como de Ángel Rubén Garrido, quien recibió de los hermanos Fray Enrique y Víctor Mideros sabias enseñanzas sobre el arte de la pintura, y de José María Castro Villavicencio, al que debemos el hermoso mural “Las musas de la inspiración”, ubicado en la parte superior del escenario del Teatro Bolívar.
Ojalá algún día, aquel espléndido órgano musical que se conserva en perfectas condiciones, escape de su silencio para brindar generosos conciertos que llenen nuestro orgullo lojano y nos hagan estallar de emoción.