P. MILKO RENÉ TORRES ORDÓÑEZ
Nuestra existencia tiene misterios. La vida, con toda su belleza, y la muerte,con todas sus caras,representan un círculo apasionante. No existe un ser humano que sea capaz de ubicarse fuera de las dos realidades. En los domingos anteriores, san Juan, fiel a su experiencia de fe, reflexionó sobre la sed y la luz. Personificó a una mujer samaritana y a un ciego de nacimiento. En ambos casos, el autor sagrado nos lleva por el camino que nos permite mostrar nuestra fe y reconocer a Jesús como Hijo de Dios y como Profeta. Jesús, además de ser solidario, es un gran maestro. Ha devuelto la vida a Lázaro, un amigo muy cercano. Una lectura detenida del texto plantea varios interrogantes sobre la razón de estar y de ser en el mundo. Todo confluye, como punto culminante, en su plenitud.
Él es la Resurrección y la Vida. Más allá de una consideración histórica, existe y permanece al margen de nuestra fragilidad. La vida que devuelve a Lázaro es el signo de algo nuevo, una auténtica fe que Dios nos concede a partir de la resurrección de su Hijo. La trama del relato desarrolla aspectos muy humanos. Por un lado, la enfermedad y, por otro, la actitud de dos mujeres, amigas de Jesús. Martha, con una profunda convicción judía acerca de la resurrección. María, a los pies de Jesús, con la expectativa de lo que pueda suceder. En ellas, no encontramos claridad en lo que tiene que ver con el signo milagroso que llegaría. La muerte física, no es el tema que inquieta a Jesús. Con su manera de proceder, enseña que la muerte tiene sentido con el encuentro verdadero con un Dios de vivos. Jesús vence a la muerte y nos libera de ella. Según la cristología de Juan, Jesús prepara su muerte. Él es consciente del peligro que le acecha. Volvemos a la cuestión de la fe. ¿Quiénes creen y quiénes no? Jesús obra un hecho sobrenatural para que los hombres crean. La muerte, sin esperanza, no tiene sentido. La entrega de su vida, ya prefigurada, significa el mayor gesto de amor por la humanidad. Quiere la transformación de la dimensión corporal del hombre. El desenlace del relato es la coronación de una serie de representaciones en los que obran la fe en Jesús: “El que cree en mí no morirá para siempre”. Nuestra fe puede definirse como una donación libre y total a la persona de Jesús, Verbo hecho carne, amor y vida. La fe, como expresión de la solidaridad, es mucho más intensa que la muerte física. Los signos de la muerte, que permanecen en Lázaro, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario, son muestras concretas de una atadura que pervive. Lázaro volverá a la vida, aunque no se librará de la muerte. Volverá a su seno. La pérdida de esperanza, fe, y la escasa significación que encuentra en los valores, quizá nos envuelva en un manto de oscuridad. Debemos buscar aquello que nos garantice ver de nuevo la luz. Solo en Jesús encontramos la plenitud de la vida. El mundo agoniza lentamente como consecuencia de esta realidad.