Conocer y reconocer

                                                                               P. Milko René Torres Ordóñez

El domingo para los cristianos católicos es una fiesta de fe y de reencuentro. Cristo actualiza en nosotros su presencia salvadora. Nos recuerda la importancia de vivirlo con convicción, no solamente como una cuestión de precepto o de una simple devoción particular. En la proclamación de la Buena Noticia el mensaje del Señor nos lleva a vivir un tiempo especial de gracia.

La resurrección de Jesús significa, además de su misterio, un impulso para evangelizar en función del anuncio del Reino de Dios como discípulos y misioneros. Estamos de acuerdo cuando se afirma que cometemos una falta muy grave al relativizar la presencia de Jesús resucitado. De hecho, esta cercanía de Jesús con nosotros, tiene sus consecuencias porque abre el camino que nos lleva a descubrir y a la vivir en plenitud. En el evangelio de este domingo vamos a esforzarnos por comprender algunas verdades. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, afirma que el hombre está llamado a conocer y reconocer a Jesús para amarle y servirle. Exige llegar a una intimidad muy propia con quien sabemos que nos ama inmensamente. El conocimiento interno siempre será la clave para que entendamos que es posible vivir la santidad en el día a día. Este conocimiento se convierte en un amor oblativo, trascendente y universal. Al igual que los discípulos, nosotros hoy, anunciamos a un Cristo victorioso y vivo. Él ha resucitado para que amemos como Él ama. La imitación de Cristo exige una entrega total. Su capacidad para vivir el amor oblativo siembra en nosotros el anhelo de una configuración total con la verdad que viene de lo alto. Dejemos de lado el temor al encuentro con lo divino y lo puro. Desde el fervor de Tomás por descubrir al Señor con pruebas racionales y el paso al sublime gesto de tocar las heridas abiertas del cuerpo del Señor llegamos a la máxima contemplación para alcanzar amor. ¡Señor mío y Dios mío! El Apóstol será bienaventurado porque ha descubierto la necesidad de profesar una fe cotidiana y sencilla. Tomás reconoce en Jesús a Dios, como el Padre y nuestro Padre. Dios tiene sus caminos que son exigentes y radicales. La fe difiere sobremanera con la observancia de las reglas de una ideología. Podemos aventurarnos al decir una gran verdad, pero no nos equivocamos al afirmar siempre que, en cada acto de fe, nuestra vida cambia. Tenemos que nacer de nuevo, como Nicodemo. Los sacramentos, signos de vida, empujan a cada creyente a llenarse de una gracia eterna. La paz que entrega Jesús ayuda a superar cualquier forma de cultura de muerte. La Iglesia es una comunidad de fe, de culto y de amor, que está abierta a propiciar una vida en familia, una vida de fe y de gracia. Pedro, en uno de sus escritos, menciona la urgencia de actualizar el conocimiento interno de Jesús.  En la vida comunitaria de nuestra Iglesia asumimos todos los retos, aún los inimaginables. Esta es la esencia de la verdadera fe. La tarea que nos deja la Palabra de Dios en este domingo de Pascua define los polos de un antes y un después. A Cristo hay que conocerlo y reconocerlo.