Por: Sandra Beatriz Ludeña
Marco Aurelio Denegri, uno de los intelectuales de origen peruano más respetado de nuestros tiempos, en su artículo Tristeza y la histórica premisa de que los hombres no lloran se refiere acerca al tema y dice que: “las personas que lloran experimentan durante el llanto sentimientos de tristeza, impotencia, frustración y cólera”.
Según Denegri, desde la tristeza de la desesperación, que es desgarradora y lacerante, hasta la tristeza melancólica de la nostalgia, pues se origina en el recuerdo de una dicha pérdida, subrayando que la nostalgia es añoranza. Añorar es recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de personas o cosa muy querida, son motivos de la tristeza humana.
Pero, asimismo, más aflictiva que la nostalgia es sin duda la melancolía, tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida en causas físicas o morales que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en ninguna cosa. Se piensa que, de esta, llega la tristeza romántica o por apasionamiento.
Desde el punto de vista de Denegri, en la Literatura romántica hay dos cosas que en la literatura anterior al año 1.800 no las había, o las había en escasa medida: color y temperatura, pues, cuenta la intensidad. En el romanticismo hay libre curso de pasiones, exaltaciones, sufrimientos, la vida romántica se compone (también) de dolor y fatalidad.
Sin embargo, en el mismo revelador artículo se menciona un estudio de la psicóloga Alegría Majjuf: “Llanto del adulto”, Revista de Psicología, PUCP, 1998, 16:2, donde hay datos de una muestra estadística en 30 países y cuatro mil personas investigadas, entre las principales conclusiones resalta que “las causas más frecuentes del llanto son los conflictos, las pérdidas, el sufrimiento y la inadecuación personal”.
No obstante, apartándome del criterio de Denegri, el límite de la tristeza está en los hechos traumáticos, las mujeres víctimas de maltrato psicológico constante lo saben, aquellas a quienes se les han violado sus derechos, o se les propinó venganza graduada y permanente, castigo social, por algo que no debían realizar: opinar, denunciar, decir, hacer; es decir, con su actuar osaron ofender a los poderosos.
Ellas, las que aún viven, o las que vivieron en esta tierra ecuatoriana, a las cuales el Estado no ha protegido y respecto de aquello que contempla el artículo 66 de la Constitución de la República del Ecuador (2008), en todos sus numerales, uno a uno, han sido derribados frente a sus lagrimosos ojos; para éstas queda claro que: el límite entre tristeza y depresión es un simple beso de niebla que oculta indefensión, y que, todas las lágrimas que prohibieron a los hombres en la historia, ya fueron lloradas por mujeres.