Solo para lojanos

Diego Lara León

Los «lojanismos» son un conjunto de términos, expresiones o giros lingüísticos propios de la provincia de Loja. Estas particularidades idiomáticas reflejan las características culturales, históricas y geográficas de la región, y se utilizan comúnmente en las maravillosas tertulias de sus habitantes sobre todo de las zonas rurales.

Si hubiera un examen para graduarse de lojano, ese debería incluir la traducción de palabras fonéticamente tan maravillosas como alfeñique, que es nombre que se le da a la melcocha. Si Ud. no sabía el significado, empezamos mal, si tampoco conocía el significado del significado, quédese hasta el final de este editorial.

El alcanfor es otro término que tiene dos significados, ahí les queda la tarea de cuales son.

Al recorrer por las carreteras de nuestra entrincada provincia, alguna vez nos hemos encontrado con un añango en media vía, también hemos observado el vuelo de algunos güishcos y si tuvimos más suerte alcanzamos a ver una que otra guanchaca.

Mientras escribo este artículo, recuerdo que cuando era niño andaba hecho el chinchoso porque me regalaron un tirajeve e intenté bajarme cusha de chilalos y mi mamá me hizo reflexionar a punta de chicote, no sin antes indicarme que de volver a hacerlo me esperaba una buena chinida.

Las fiestas en nuestros pueblos son espectaculares, no hay celebración sin que los generosos priostes, nos inviten un buen güaro, aunque con la primera copa se nos resienta el guargüero. En esas fiestas son infaltables los aguados y secos de gallina, aunque sean de gallina guarica y para finalizar un buen dulce, mejor si es un bocadillo o una panela, pero cuidado con exagerar porque nos puede dar güicho.

Estoy disfrutando de este artículo, quizá por eso los recuerdos vienen a mi mente. Me rio solo frente al computador al acordarme de las escapadas que hacía en la finca del abuelo, para cosechar pomarrosas y quiques. En el camino pisaba cuanto charco de agua encontraba, era mejor si en esos charcos había jimbiricos. Obviamente el precio de la desobediencia era una fuerte picazón en los dedos de los pies, porque llegaba hecho chirote y llenito de niguas, “cosechadas” en los potreros; y, de urusungos, que se subían al pasar por los gallineros.

El ritual para sacar esas molestosas niguas, no era otro que una aguja caliente y la precisión de cirujano de alguien que se apiadaba de esta pobre alma. El dolor era mayor cuando la nigua se incrustaba en el mismo dedo que días atrás fue chancado por la múchica que saltó con una precisión absoluta desde el mesón de la cocina. Eso implicaba que durante los siguientes días era muy difícil ponerme las quetas.

Muéstreme ese par de quetas, le dije años después, a un vendedor en una tienda de zapatos en Quito, su respuesta fue genial, ¿un par de qué?, exclamó desconcertado, un par de quetas le repetí, y él aliviado respondió ¡ahhh, ese par de tenis!

También recuerdo cuando me enviaron a ver un cuchillo para pasarlo a mejor vida al chancho en un carnaval y les traje un cuchillo bien motolo, el verdugo del coche sentenció que aquella arma blanca estaba bien mangulera. Pobre animal, murió de sufrimiento antes que por la puñalada; igual los cueritos estuvieron deliciosos, como era niño solo llegué hasta la chanfaina y los tamales. Los adultos en cambio tomaban punta para que no patee el coche; pasaron muchos años para que me conviden aquella bebida mágica, recuerdo que un comedido dijo, denle un taco, ya está maltoncito.

Si entendieron lo que acabo de escribir, felicidades, son lojanísimos, si entendieron poco, tranquilos, el ser lojano es un gran aprendizaje que nunca termina.

Este editorial llega hasta aquí porque tengo que ir a aguaitar si no se me está quemando el arroseco.

@dflara