Benjamín Pinza Suárez
Nunca una ciudad, una provincia o un país podrán progresar planificadamente y sustentablemente si es que no se cuenta con políticos y administradores de la cosa pública patriotas, serios, preparados, con capacidad de ejecución, de gestión y visionarios, capaz de poder plantear planes programáticos sostenibles de mediano y largo plazo, con tareas concretas a ejecutar de acuerdo a tiempos y a etapas bien definidas a efectos de que, quien inicie la primera etapa, el siguiente funcionario que le suceda en dicho cargo, le dé continuidad a este proyecto de ciudad, de provincia y de país.
Esto sería lo ideal en razón de darle horizonte a los destinos de una administración local, provincial o nacional. Además, una política de esta naturaleza le daría al accionar público un sentido de pertenencia, de compromiso, de civismo y de un auténtico servicio a las demandas ciudadanas, de cuyos resultados todos seamos favorecidos y orgullosos de ser parte esencial de un proyecto político patriótico y de altura donde no tengan cabida los odios, el revanchismo, el egoísmo, el sectarismo, el individualismo y la miseria humana, sino el adelanto y progreso de nuestro país.
Lamentablemente, en nuestro medio local y nacional la política funciona al revés. Son poquísimos los políticos que han planteado planes programáticos de mediano y largo alcance y que, al no haber continuidad, todo se echa a perder. Los malos políticos nunca están pensando en ayudar a darle un rumbo seguro a su ciudad, a su provincia y a su país, sino que, cada cual plantea sus promesas de campaña a su gusto y antojo y, teniendo como estrategia el ataque irracional y malévolo a la administración anterior y convenciendo al ingenuo electorado que él será quien solucione todos los males habidos y por haber; pero, cuando llega al cargo, no sabe qué hacer ni cómo hacer y continúa con la muletilla de seguir culpando a su antecesor y no contento con eso, las obras realizadas no son conservadas, las obras en construcción son abandonadas y por ningún lado aparece la obra nueva, con lo cual, las administraciones caen en un rotundo fracaso, arruinando buenos proyectos, desperdiciando recursos humanos y económicos, gastando energías y tiempo, y lo que es más, por la tozuda ruindad de destruir a su contendor político, quien sale perdiendo es la ciudad, la provincia y el país.
De ello, de una u otra forma, todos somos culpables por no tener capacidad de reacción inteligente, serena y civilizada, por no generar desde nosotros mismos un cambio de actitud, por dejarnos llevar por comentaristas y politiqueros que tienen el alma negra y que solo buscan generar polémicas intrascendentes, odios y ruindades entre nosotros mismos, sin importarles el presente y futuro de nuestros pueblos.
Loja y la patria nos convocan a cambios radicales en nuestra forma de pensar y actuar en la perspectiva de dejar de ser objetos de manipulación para convertirnos en sujetos reflexivos y con la suficiente capacidad de ser constructores de nuevos caminos que nos conduzcan a horizontes de porvenir.