El descubrimiento de novedades profundas en la lectura de textos literarios y filosóficos

Galo Guerrero-Jiménez

Es verdad que el lector por vocación disfruta mucho más en la relectura de sus libros preferidos; en la relectura tiene la oportunidad de descubrir novedades profundas que en la primera lectura no pudieron ser detectadas. En efecto, como señala Mario Vargas Llosa —con uno de sus libros más queridos, Madame Bovary, de Flaubert, del cual logró elaborar uno de los ensayos más lúcidos que tiene la literatura universal, intitulado La orgía perpetua—, que tuvo que leer la novela una media docena de veces, y en cada lectura tenía la sensación de descubrir aspectos secretos, detalles inéditos y, “en otras palabras, la máxima satisfacción que puede producirme una novela [señala] es provocar, a lo largo de la lectura, mi admiración por alguna inconformidad, mi cólera por alguna estupidez o injusticia, mi fascinación por esas situaciones de distorsionado dramatismo, de excesiva emocionalidad que el romanticismo pareció inventar porque usó y abusó de ellas, pero que han existido siempre en la literatura, porque, sin duda, existieron siempre en la realidad, y mi deseo” (2012).

Deseos, insatisfacciones, elucubraciones, reflexiones, pero, ante todo, enunciados que por la profundidad con la que son redactados por su autor, el lector los logra descifrar desde la razón y la emoción más sentidas cuando vuelve a la relectura, no quizá de toda la obra, pero sí de pasajes o de episodios que al regresar por ellos, como insiste Vargas Llosa, cuando señala, por ejemplo que, en el caso de “una novela [que] es capaz de usar materiales melodramáticos dentro de un contexto más rico y con talento artístico, como en Madame Bovary, mi felicidad no tiene límites” (2012).

Esa felicidad sin límites, por supuesto, no solo marca la vida en cuanto gozo o satisfacción de ese momento lector muy sentido personalmente, sino que, conforme el tiempo transcurre leyendo y leyendo diversos materiales, se agudiza el interés por el conocimiento de lo humano en su más viva expresión de validez axiológica que tiene la naturaleza humana en sus diversas facetas de realización antropológico-social, ético-profesional, estético-cultural, ecológico-familiar o de la índole que sea, y que al lector le admira descubrir la profundidad que tiene el lenguaje humano, tanto en escritores como en investigadores, científicos, artistas y humanistas que en los diversos planos del conocimiento, pueden llegar a influir con suprema incidencia formativo-estética en la vida y actuar de un lector que vive el lenguaje del otro en carne propia, no solo porque haya comprendido lo que el texto dice, sino, y, ante todo, porque la interpretación e inferencia de ese escrito queda impregnada en la cognición del lector para actuar libre, abierta, voluntaria y micropolíticamente desde la mejor estación intelectual y emocional que su condición psicolingüística le permite para actuar con un nuevo condumio de lenguaje desde un criterio muy personal y acertadamente subjetivo para valorar la obra leída y, a través de ella, al mundo con el cual se relaciona.

Por lo tanto, la gracia, la felicidad, es decir, el gozo que se siente al leer en profundidad, produce una manera especial, única en cada lector, para poder compenetrarse en el texto y luego en la sociedad para, como señala el escritor y académico Miha Kovac, “si no queremos responder a los estímulos del entorno con meros reflejos, convirtiéndonos en víctimas potenciales de todo tipo de manipulaciones, debemos tener la capacidad de concentración profunda y duradera, estableciendo, a la vez, una distancia con respecto a nuestras propias emociones y reacciones. Este tipo de disciplina [la lectura], junto a un vocabulario amplio y profundo con el que podamos expresar nuestros pensamientos y alejarnos de todos los embustes que nos rodean, puede desarrollarse solo mediante la lectura de textos literarios” (2022) y/o filosóficos, altamente considerados como profundos en su pensamiento y expresión.