Alejandro Carrión: el poeta.

María Antonieta Valdivieso C.

En mi artículo anterior comenté tres anécdotas narradas por  Alejandro Carrión (1915-1992), quien   a pedido del director de la revista Diners había mantenido por largos años su espacio de vivencias personales   al que llamó ‘Una cierta sonrisa’; y,  también indiqué que este importante escritor lojano,  primero fue poeta.

Carrión nos dice “Era inevitable que yo fuese poeta: lo fue mi abuelo Manuel Alejandro Carrión Riofrío; lo fue mi padre José Miguel Carrión Mora y lo fueron sus hermanos Héctor Manuel y Manuel Benjamín; lo fue mi tío abuelo Emiliano Mora Bermeo y mis tíos-segundos Eduardo Mora Moreno y Manuel José Aguirre: la poesía estaba en mi sangre”.

Empieza a escribir poesía siendo adolescente, cuando era estudiante del Bernardo Valdivieso. Ya en Quito forma parte de un grupo de jóvenes escritores en torno a la revista Elan, de esta época data ‘Poemas de un Portero’,  dedicado a Pablo Palacio  y dice así: “La fruta madura sabe reír como los niños a orillas del agua. Los ferrocarriles que aúllan por una libertad imposible sobre las paralelas desesperantes y finitas”.  En 1933 ganó el primer premio del Instituto Nacional Mejía con su ‘Poema del canto viajero’: “Antes de que mi canto se estremezca de vida tal vez quise hacerlo un trampolín magnífico para ensayar un salto a las estrellas. Ahora solamente quiero que llueva sobre la tierra atormentada y que sature la dinámica quietud de los caminos y el fecundo silencio de los surcos hambrientos”.

La antología ‘Luz del nuevo paisaje’,  publicada  en Quito en 1935 e  ilustrada con grabados de Eduardo Kingman. El poema de este mismo nombre fue traducido al inglés y al francés, contiene un canto de rebeldía y un llamado a la solidaridad universal: “Mañana, no habrá ante la mirada otro paisaje que una iglesia en llamas y ya habremos perdido la cuenta de las manos crispadas: será que ya nos habremos levantado y ya habremos sembrado de gritos  el campo, que antes era solo propiedad del silencio”. En este mismo poemario consta ‘Saltador y guardián’, que fue proclamado en la página literaria de El  Telégrafo como el mejor poema del año 1934, en la que hace una apología a un personaje tan controversial como es Naún Briones.

Posteriormente da un nuevo giro a su poesía, ya no es la literatura comprometida, sino, los tonos líricos, sentimentales ‘Poesía de la soledad y el deseo’ que se publicó en los Anales de la Universidad Central, también con  dibujo de  Kingman en su portada y prólogo de Augusto Sacoto Arias. Recojo unos versos dedicados a su hermana: “Cuando en la rosa abierta viven sol y rocío: allí estás tú, Adriana Carrión, flor y murmullo de mi sangre, pequeña luz perenne, descanso de mi angustia, puerto seguro y diáfano”.

‘Agonía del árbol y la sangre’ publicada en la prensa de Universidad Nacional de Loja, comienza con el poema El árbol, que a decir del autor tuvo buenos comentarios, pero también crítica adversa como la realizada por Hernán Rodríguez Castelo. ‘Laurel de sombra’ (1944) fue compuesto en memoria de su tío Héctor Manuel Carrión, muerto en circunstancias trágicas y misteriosas: “Era un aire de agujas de fuego que incesante te ardía y circundaba y transía y quemaba: era una luz malsana que en odiosos reflejos cegaba tu ojo limpio y envenenaba tu alma”.

En el poemario ‘La noche oscura’ está registrado Invitación a la fiesta de la tristeza: Ven, brindemos con la copa de la tristeza, por la luz del mundo, por la rosa, por la madrugada verde, por la sed de la espiga, por la sed de la arena. Posteriormente incursiona en la épica con su ‘Canto  a la América española’, dedicado a su padre, y en donde narra la historia de la América india, su descubrimiento, la conquista, el sometimiento español, la figura de Bolívar: “¡América mía! Te canto desde el cinturón de fuego que circuye la tierra. El sol de Ecuador quema mi rostro pálido, me mira el Cotopaxi con ojos inhumanos y el viento del Pichincha transita en mis pulmones”.

Larga es la etapa poética de Carrión, algo más de treinta años. Sus obras posteriores son Cuaderno de canciones (1954),  Nunca! Nunca!  (1957),  Poeta y peregrino (1965), El tiempo que pasa (1963).

A lo largo del recorrido de sus versos se nota una evolución en cuanto a temática y mensaje, en la etapa primera es intensa su rebeldía, su compromiso social, luego se vuelve más subjetiva, más suave, más de tono lírico. Se aplica lo que él mismo decía en relación a su vida,  a su posición política y a su carrera de escritor: En mi juventud fui incendiario y ahora soy bombero.

Cito la primera estrofa de Pequeña ciudadana, poema musicalizado por  Segundo Cueva Celi y  por el que es tan conocido nuestro escritor: Pequeña ciudadana, has llegado a mi vida, con la sonrisa dulce y la boca encendida y yo he puesto mi alma, silenciosa y tranquila,  a soñar a la sombra de tus largas pestañas.

Bibliografía:

Alejandro Carrión: Poesía primera jornada.

Literatura del siglo XX (IX): Biblioteca básica de autores ecuatorianos.