Lamentable situación de la política ecuatoriana

Santiago Armijos Valdivieso

En un contexto político adecuado, quienes ocupan una función de elección popular deberían ser las personas más capaces de la colectividad, merecedoras del altísimo privilegio de servir al pueblo y a la democracia; pero, en un escenario político atrofiado, descompuesto y ahogado por la corrupción como el de Ecuador, quienes cumplen las funciones de representación pública -salvo contadas excepciones- son los más audaces, los que tapan sus culpas con gritos e insultos, los que esconden su codicia con discursos huecos y demagógicos y los que entienden a la política como un fácil trampolín para elevar su ego y su patrimonio.

Penosamente, esa grave realidad ha encontrado caldo de cultivo en un entorno democrático subdesarrollado en el que el electorado es muy vulnerable debido a sus reiteradas angustias y engaños políticos a los que ha sido sometido desde las distintas tiendas politiqueras; a la escasa formación democrática; y a los perversos sonidos hipnotizantes de los encantadores de serpientes, materializados en shows circenses, reparto de limosnas y promesas tramposas vociferadas, sin vergüenza, por algún “iluminado” de la política que finge ser el único y último faro para encontrar la tierra prometida.

Consecuencia directa de ello, ha sido el deplorable nivel de debate en torno a los grandes y numerosos problemas sociales que nos aquejan como nación, el cual, dando la espalda a los consensos, a la racionalidad y al sagrado interés común se reduce a estrepitosos insultos, a espantosas calumnias y a bajísimos dimes y diretes disparados a través de las redes sociales y de los medios de comunicación tradicional.

Hemos llegado a tal extremo que para ingresar a la política se debe aceptar tácitamente las perversas reglas que la rigen, ligadas a la mentira, a la trampa, a la deslealtad y al oscuro clientelismo político. Nuevamente lo digo, hay políticos que son la excepción, pero como son tan pocos, dos o tres golondrinas no hacen verano.

Si hablamos de posiciones ideológicas, estas no existen ni de lejos; pues, los que dicen ser de izquierda son grandes devotos del dinero y de las comodidades del capital que, de labios para afuera, tanto maldicen; y los que se proclaman de derecha invocan fervientemente la intervención del Estado, pero solamente cuando les conviene y especialmente para que les adjudique jugosos contratos con sobreprecio y les conceda privilegios para imponer monopolios.

¿Qué le espera al Ecuador en las elecciones presidenciales y legislativas del 2021? Posiblemente lo mismo, a no ser que surja alguna propuesta sería, planificada, realista, responsable y equilibrada; resultante de algún bienintencionado equipo político multidisciplinario -liderado por algún verdadero Estadista-inmune al sectarismo, al populismo, al resentimiento social y con plena identificación a los más caros anhelos de todo un pueblo que, aunque agonizante, aspira a días mejores. Claro está, no siempre las mejores propuestas son escogidas por el electorado, pero vale una vez más apelar a las duras enseñanzas que dejan las grandes equivocaciones electorales del pasado.

Finalmente, resulta un postergado anhelo colectivo de que los mejores ciudadanos, saliendo de sus torres de marfil, en actitud patriótica, tengan la voluntad de participar en las próximas elecciones para que el electorado cuente con alternativas valederas frente a la audacia y a las empresas electoreras tan identificadas con personajes de relumbrón y farándula, de liviana honestidad y pegajosas manos al heraldo nacional.

Esperemos que ello ocurra, porque de lo contrario el Ecuador seguirá a la deriva.