El sentido de vivir

Juan Luna

“La muerte es la única certeza humana”, se repite a diario, pero lo paradójico de la vida es que todos, absolutamente todos, nos esmeramos para vivir, para seguir viviendo, y a lo mejor muchos queremos vivir bastante años, otros los suficientes, y quizá un buen grupo pensará que nunca va a morir, más, sin embargo, de morir y cerrar los ojos a la vida en este espacio terrenal nadie nos vamos a escapar, “tarde o temprano”, decían nuestros ancestros, nos tocará el turno.

En esta emergencia mundial, donde somos testigos, vemos que en países pobres y desarrollados; pobres y ricos; en hospitales y clínicas; en las casas y en las calles; sanos y enfermos; niños, jóvenes y adultos, sin ningún miramiento ha segado vidas antes de lo que, humanamente, lo tenían previsto, demostrado entonces que la muerte no tiene reparos con nadie.

Toda muerte genera vacío y dolor, más si es un familiar muy próximo como el padre, la madre, los hermanos, los abuelitos; o un buen amigo, o un compañero de trabajo. Pero también la muerte debe conmovernos, que no consiste, únicamente en derramar una lágrima de desesperación y llenar de promesas el féretro del ser querido, no es suficiente, aunque necesario, dentro del parámetro social y convencional. Es necesario, y hoy más que nunca, lo experimentamos, ante lo inesperado de los acontecimientos generados por esta pandemia, tomar conciencia de nuestra forma de vivir, porque conforme es la vida, así será la muerte.

Me pregunto entonces, si la certeza es la muerte, ¿qué sentido tiene la vida? El sentido de la vida y el valor de saber vivir, viene de Dios, para quienes profesamos su fe. Está sustentado en las facultades superiores que aprendemos en la Doctrina cristina: la inteligencia, la memoria y la voluntad. Inteligencia para saber descubrir, elaborar y proponer las repuestas a las dificultades humanas, sociales y científicas que se debaten. La memoria, para saber guardar, almacenar y conservar todo aquello que nos edifica y no, lo que nos desedifica. Y la voluntad que es el motor de acción, reacción y discernimiento que nos conduce a vivir en plenitud.

He visto con mucha tristeza, que muchos amigos y conocidos han perdido a sus familiares, he sentido, personalmente, la muerte de dos buenos compañeros y colaboradores de la educación, de un gran ser humano y amigo sacerdote. No me importa a mí cómo o de qué murieron, si me importa, cómo vivieron. San Juan de la Cruz, el santo de la Edad media, decía que “seremos juzgados por el amor”, el Papa Francisco señala “no seremos juzgados por nuestras ideas, sino por la compasión que hayamos tenido” y Mons. Pedro Casáldaliga, Obispo brasileiro de la Teología de la Liberación, fallecido a sus 93 años nos dice “… al final del camino me dirán ¿has vivido? ¿Has amado?  Y yo, sin decir nada, abriré mi corazón lleno de nombres”.