La construcción mental que la palabra engendra

Son múltiples las vaguedades, las ambigüedades, las malas interpretaciones, las dudas, las manipulaciones e incluso las mentiras y las trampas que genera el lenguaje humano en los individuos que, sea de la condición socio-educativo-cultural y económica que sean, no han podido desarrollar las habilidades de ejercicio humano-creativo-axiológico-antropológico-éticas que la lengua sí proporciona a los ciudadanos que en medio de nuestra cultura globalizada, tecnologizada y virtualizada se esfuerzan y se dedican al estudio personal libremente asumido de la lectura y la escritura, para desarrollar en su consciencia mental todo el potencial humano que la inteligencia lingüística, interpersonal, intrapersonal, emocional y espiritual nos pueden ofrecer para enfrentar nuestra realidad cotidiana de manera que las formas de vida en contacto con el prójimo sean más armónicas, más llevaderas y, ante todo, idóneas para generar ciencia, cultura, arte y humanismo con el entusiasmo y el buen talante que estas disciplinas nos brindan desde la elección de las palabras debidamente acertadas que escogemos para comunicarnos.

Como señala José Antonio Marina, “la palabra puede convertirse en una letra de cambio, de apariencia inofensiva, pero que puede llevarnos a la quiebra en el momento de su vencimiento. (…) La lengua, advertía, no está completa en ningún sujeto ni en ningún diccionario. No existe perfectamente más que en una masa social” (1999). Por eso necesitamos estudiar a fondo la disciplina que cada ciudadano, por humilde que sea, ha elegido para vivir y en contacto con la masa social que siempre es diversa, heterogénea, pero de la cual se puede aprender desde el testimonio que dejan los buenos textos de aquellos humanistas y científicos que escriben para que la palabra debidamente leída nos permita comprender la naturaleza de nuestra condición humana y la naturaleza de nuestra realidad mundana.

Desde esta perspectiva, el ente que ejerce la palabra desde el estudio conscientemente asumido está preparado para ejercer un liderazgo socio-educativo-formativo-cultural, porque le es posible expresarse con entereza y con la plena convicción de que esa palabra no quiebra la grandeza de lo humano; más bien la eleva a su más alta dignidad axiológica para que influya y cale profundamente en la conciencia mental de la masa social que individual o colectivamente debe procesarla desde su más profunda concepción ético-estético-hermenéutica.

Así, un estudioso, como el caso del científico y médico genetista Francis S. Collins, tiene la suficiente autoridad académica y moral para aseverar, por ejemplo, que “El Bin Bang exige una explicación divina. Obliga a la conclusión de que la naturaleza tuvo un inicio definido. No veo cómo la naturaleza se hubiera podido crear a sí misma. Solo una fuerza sobrenatural fuera del espacio y del tiempo podría haberlo hecho” (2008). O como el caso del filósofo alemán Immanuel Kant que categóricamente afirma: “Dos cosas me llenan de creciente admiración y sobrecogimiento, cuanto con más frecuencia y dedicación reflexiono sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí” (Collins, 2008).

Desde luego que, estas porciones de lenguaje certero, ordenado, pulcro, obedecen al estudio profundo de las realidades que cada ente debidamente alfabetizado ha ido creando desde la percepción de procesos mentales muy complejos que, desde el esfuerzo personal y disciplinado, hacen factible la adquisición de una mente consciente para procesar adecuadamente sus experiencias socioculturales y de lenguaje desde el más asiduo diálogo interior, profundamente intra e intersubjetivo, que son los que alimentan a la inteligencia espiritual y lingüística para que la palabra emitida se convierta en un emporio de dignidad y de vitalidad humana.