Cuando hablamos de identidad nos referimos a ese conjunto de características particulares de un individuo, que lo hacen diferente de otros similares a él. Es esa identidad la que define la manera en que vemos y vivimos la vida. Tenemos conciencia de nuestra identidad, pero y ¿si esa identidad fuese puesta en duda?
Al leer en la escritura el pasaje referente al bautismo de Jesús, observamos una escena impresionante: Luego de ser bautizado los cielos se abren, el Espíritu de Dios desciende como paloma sobre Él, y se escucha una voz desde los cielos diciendo, este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Esta la manifestación de la Trinidad presenta ante el mundo al Verbo encarnado. En ese instante, Jesucristo muestra su identidad como hijo del Dios vivo.
Luego de recibir el bautismo, el Señor realiza un ayuno de 40 días en el desierto, al final de los cuales es tentado tres veces por el enemigo; primero apelando al hambre: “Si en verdad eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan”. La respuesta del Señor es maravillosa: “no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Llevándolo al pináculo más alto del templo lo tienta diciéndole “Si eres Hijo de Dios, échate abajo, pues los ángeles te sostendrán para que no tropieces” a lo que Jesús responde “escrito está no tentarás al Señor tu Dios”. Finalmente, desde una cima muy alta le ofrece” te daré todos los reinos de la tierra si te postras y me adoras”, más Jesús nuevamente triunfa diciéndole “escrito está al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás.”
En estos pasajes bíblicos, el enemigo trata de poner en duda la identidad de Jesucristo como hijo de Dios, por eso al tentarlo, emplea repetidamente la frase “Si eres hijo de Dios …”, pero cada vez el Señor vence la tentación, emplea las escrituras para derribar cada argumento del enemigo. Su identidad se fortalece y finalmente el enemigo, totalmente derrotado, huye.
Jesús vence las tentaciones como ser humano, sin apelar a su divinidad, demostrando que nosotros tenemos el poder para hacer lo mismo, la clave es estar seguros de nuestra identidad; pues los que recibimos a Jesús, los que creemos en su nombre, hemos sido hechos hijos de Dios. Por nuestra identidad en Cristo Jesús no practicamos el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios nos guarda, y el maligno no puede tocarnos. Nuestra identidad como hijos de Dios no puede ser puesta en duda, ya que como decía el apóstol Pablo: “Ya no vivo yo, Cristo vive en mi”.
Se aproxima un nuevo año, un nuevo ciclo inicia. Si aún no tiene una identidad en Cristo Jesús, recíbalo en su corazón, este es el momento.