El mundo libre y democrático del planeta ha quedado atónito ante las violentas e irresponsables acciones promovidas, el miércoles 6 de enero de 2021, por el iracundo presidente Donald Trump; quien, intoxicado por su natural veneno antidemocrático de mal perdedor, arengó frenéticamente a sus tropas de violentos y fanáticos seguidores para que asalten e interrumpan la sesión conjunta del senado y congreso estadounidenses y así evitar la validación de la legítima y clara victoria presidencial del demócrata Joe Biden. Este barbárico accionar, carente de argumentos democráticos y ejecutada a coces y garrotazos, revela las grotescas intenciones de un hombre enceguecido por el poder y dispuesto a todo para retenerlo, incluso a apuñalar el corazón de la longeva y respetable democracia americana.
El asunto es tan grave que va más allá de cualquier posición o discusión ideológica porque apabulla todo límite de civilización y tritura el elemento alma de una democracia que es la voluntad mayoritaria de un pueblo expresado en elecciones libres y desarrolladas de acuerdo a lo establecido en la Constitución y al Estado de Derecho.
Ventajosamente, de ningún modo representan al pueblo estadounidense la turbamulta que apedreó, golpeó y propinó puntapiés a diestra y siniestra a las personas e instalaciones que forman parte del legislativo para imponer los torpes pareceres de Trump, quien, aspiraba a que la Función Legislativa desconozca los resultados electorales y lo declare ganador con la amorfa excusa de un inexistente fraude y bajo su torpe convicción de que él nunca pierde. Lastimosamente, los exabruptos cometidos, ante el regocijo perverso de los numerosos enemigos de la nación más poderosa del mundo, han manchado para siempre una democracia occidental que decía estar inmunizada contra el virus del populismo, de la demagogia, de la intolerancia y de la autocracia.
Aunque el protervo objetivo de Trump de quedarse ilegítimamente en el poder no llegó a consumarse, gracias a la fuerte institucionalidad de la que estaba revestido el poder legislativo y a la convicción constitucional de senadores y congresistas demócratas y republicanos, quienes oficializaron el triunfo presidencial y vicepresidencial de: Joe Biden y Kamala Harris; queda la dolorosa lección para EE.UU. y para todas las naciones libres que cuando el pueblo se deja convencer y envenenar por la charlatanería, la improvisación, el estruendo verbal, la intolerancia o la prepotencia; todos los logros democráticos alcanzados pueden ser despedazados en un abrir y cerrar de ojos ante la impotencia ciudadana.
Como ecuatorianos debemos tener muy presente este tropiezo de la enorme nación norteamericana, ahora más que nunca, cuando iniciar un nuevo proceso eleccionario en el que podemos corregir errores de las grandes mentirosos del pasado y asumir nuestra responsabilidad cívica de elegir autoridades que respeten el Estado de Derecho, sean fieles a la democracia y estén completamente alejados del populismo, del egocentrismo, del sectarismo y del enfrentamiento social que tanto ha mutilado y debilitado a los pueblos.