La lectura como modelo de vida

La vida intelectual y espiritual se fortalece en la medida en que tengamos una influencia externa que nos sirva de modelo para que nuestra morada interior no se derrumbe en el primer impacto nocivo que quiera atropellar nuestra condición humana, la cual debe estar hecha para que la salud, la mente y el espíritu no se deterioren en la superficialidad de nuestras bajas pasiones; por eso, un modelo de vida que en primera instancia son nuestros padres, ciertos docentes, la selección de alguna amistad muy sentida y los cientos y cientos de ideas para aprender a pensar y a ver la vida desde una perspectiva más humana que los textos escritos desde todos los campos del saber le pueden brindar a un lector que se acerca a dialogar con ellos, serán siempre un referente para aprender a realizarnos en la vida.

Por supuesto que, el modelo elegido para que sea modelo de vida debe ser superior a nuestra condición personal, porque nos favorece para fortalecer nuestra idiosincrasia personal desde la mejor expresión de la psicología y filosofía del lenguaje. Y a este modelo solo se lo descubre cuando nos damos cuenta que nuestra vida interior nos conlleva a “soportar con firmeza las adversidades en la vida, sabiendo que todo tiene un sentido superior. Ante todo, busquemos el encuentro personal con Dios, [porque es el mejor modelo de vida] quien no solo nos fortalece, sino que, siendo el primer gran innovador, ilumina el camino de nuestros proyectos aun en las condiciones más adversas” (Buchwald, 2021) a través de la palabra escrita que encontramos en el ámbito de los estudios teológico-bíblico-antropológico-filosóficos que con tanta sabiduría muchas personas iluminadas por la ciencia que cultivan han podido redactar páginas admirables para tomarlas como modelos de vida, porque desde esas palabras tan bien sentidas en lo profundo de la vida intelectual y espiritual de quien las escribió y luego de quien las lee es factible entrar en esa relación íntima de autor-lector para pensar, repensar y reflexionar sobre esas ideas escritas, como, por tomar un ejemplo, a propósito del Modelo Absoluto que sostiene Stenger: “Dios debería ser detectable por medios científicos, en virtud del hecho de que todo indica que desempeña un rol tan determinante en la operación del universo y en las vidas de los seres humanos” (2008).

Como se puede apreciar, basta un enunciado como el anterior para darnos cuenta que ahí tenemos un modelo de vida, es decir de pensamiento de alguien que sabe lo que dice, así sea para que sea rebatido desde otras ópticas de pensamiento y desde otros modelos de vida que también pueden aportar desde otras perspectivas; solo que, cuando se lee esas ideas, entra en juego la calidad de vida lectora que tengamos frente al texto seleccionado, porque leer, ante todo, no debe ser un asunto pasivo ni aburrido, sino mentalmente activo. “Muy posiblemente sea cierto que se piensa menos cuando uno lee para informarse que cuando uno se empeña en descubrir algo” (Adler, 1983) en ese modelo de vida escrita que el lector recibe desde una actitud interior muy especial y muy personal de hermeneuta para inferir lo leído y de poder axiológico-estético que el texto escrito le pueda brindar, como el de pensar y reflexionar al respecto de las ideas leídas cuando estas nos impactan.

Sin embargo, como señala Adler, “pensar es solo una parte de la actividad de aprender. Hay que usar también los propios sentidos y la imaginación. Hay que observar, recordar y construir con la imaginación lo que no puede ser observado” (1983) en el texto escrito, de manera que aprendamos a construir nuestro propio modelo de pensamiento y de actuación desde la confianza que en nombre de la creación de la obra escrita podamos asumir porque sentimos indispensable y enriquecedora esa presencia de lenguaje que se fragua en modelo de vida tras cada palabra que el lector procesa como protagonista activo para una representación mental y pragmática del mundo.