Tengo los síntomas

Él llamó para contarme que tiene los síntomas, pero, en mí había esperanza. ¿Qué te duele? —Pregunté—.
Me duele la garganta, me queman los pulmones, tengo decaimiento, no tengo ganas de hacer nada, no tengo apetito. —Dijo—.

Tengo los síntomas, estoy con COVID-19, así sentenció mi primo. Llama al 911, pide ayuda, —le sugerí—.
No sé, tengo miedo, porque se van a enterar todos en casa y mis hijos van a huir de mí, mi mujer no va a querer compartir conmigo, mis nietos van a ser separados de mí. Seguramente me van a mandar al hospital y allá me van a dejar morir solo; y después, no tendré ni siquiera velatorio, me van a cremar, quién sabe si llego a tener tumba, para que me recuerden.

Además, tengo trabajos pendientes, no puedo paralizar la obra en la casa, tampoco quiero que se quede sin concluir lo que tanto he soñado.

Pero, es la vida, cualquier cosa es infinitamente inferior frente a la posibilidad de perder la vida. Anda, anímate, busca ayuda. Así, le repetí como disco rayado, hasta que accedió a recibir atención médica al siguiente día.
Esos momentos de desconcierto, cuando tienes los síntomas, son cruciales. Sentir que la muerte se acerca, puede dejarnos sin piso. Ventajosamente a mi familiar le hicieron la prueba y fue falsa alarma.

Pero, cuando en realidad estamos con el virus, ¿cómo enfrentarlo? ¿cómo soltar esas pequeñas cosas que atesoramos y de las que no quisiéramos alejarnos nunca? Hay que ser valientes, reconocer que con eso no podemos solos, y pedir ayuda.

Tener los síntomas es sentir que alguien te apunta la cabeza con una pistola. Es ver el fin, y darte cuenta que no has hecho lo suficiente en este mundo. Es como escuchar una sentencia que te condena: “CULPABLE”.

Así, hay mucha gente muriendo y es una condena cruel e injusta, porque lo que antes nos consolaba en circunstancias de muerte, es que moríamos rodeados de los seres queridos y familiares, pero ahora, no nos es permitido ni siquiera eso.

Supe de un caso en Manabí: un hombre rezaba arrodillado a fuera del hospital, pidiendo al Supremo, salve la vida a su esposa, pues, permanecía más de cuarenta y cinco días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI); finalmente, ayer la mujer perdió la batalla por su vida contra el COVID-19.

No quiero estar en ese zapato, no quiero ser el hombre que reza suplicando ayuda, ni la persona que se debate entre la vida y la pérdida de la vida. Por esto, antes que nos toque la circunstancia de tener los síntomas, me coloco bien la mascarilla, cargo conmigo mi frasco de alcohol, me lavo las manos más que Poncio Pilatos, no me reúno sino virtualmente, y cuando los locos de la política vienen con su bulla electoral, me cambio de ruta. No quiero ser la voz temblorosa que llama a decir: “Tengo los síntomas”.