P. Milko René Torres Ordóñez
San Juan contiene aspectos teológicos muy densos. Su perspectiva cristológica difiere, en el método, de la que presentan los textos de Mateo, Marcos y Lucas, llamados Sinópticos, aunque profundicen en torno a la misma persona, su vocación y misión: Jesús. Quizá, por este motivo, sea llamado el Evangelio Contemplativo. Para un acercamiento a su contenido es fundamental tener presente dos conceptos claves: Fe y Testimonio.
Desde el comienzo hasta el final de esta obra, atribuida al Discípulo Amado, la fe, como virtud teologal, es un requisito para lograr un acercamiento al Hijo de Dios. En cuanto al testimonio, dice varias veces este autor sagrado, que cuenta lo que ha visto y oído. Jesús es el testigo de la verdad. En el comienzo de su ministerio, Jesús, realiza uno de los hechos más llamativos, el primero entre muchos signos o señales milagrosas. Ubicado el segundo capítulo, el relato de las bodas de Caná, marca un comienzo en su misterio. Un elemento característico de san Juan es la novedad presente en cada capítulo, sumado a la cantidad de elementos geográficos y litúrgicos relatados en un contexto teológico muy singular. Este relato abre el interrogante en torno a nuestra identidad religiosa. Al respecto dice Luigi Schiavo: “No sé si alguna vez nos hemos hecho esta pregunta: ¿Qué religión queremos o nos gustaría? Hemos estado acostumbrados a no hablar de estas cosas, por lo que hay cierto temor en nosotros, talvez incluso inquietud y miedo. Creemos que la religión es monopolio de los curas, mientras que es un aspecto esencial de nuestra vida”. Jesús, en Caná de Galilea, hace una fuerte crítica a la religión de su tiempo. ¿Por qué? Jesús no está satisfecho con ella. Tiene muchas razones. Toda la semiótica que desarrolla san Juan es muy amplia. Citemos: la boda, que habla de la relación entre Israel y Yahveh; el vino que se termina, puede representar al amor de una pareja; las seis tinajas llenas de agua. El vino, que en la ley mosaica significaba el poder de Dios, no están en los recipientes ubicados en la entrada de la casa. Y, así, muchos otros. Jesús percibe que las prácticas religiosas son abundantes, pero que se han vuelto vacías, puesto que perdieron su sentido: celebraciones, sacramentos. Hemos perdido la esencia del primer amor. Es necesario, dirá Juan el Apocalipsis, volver al amor del principio. ¿Es lo mismo para nosotros en este tiempo? El Papa Francisco nos ha invitado a redescubrir la alegría, la ternura, el amor y el sentido de la vida. ¿A dónde ir? ¿A quién seguir? Ya no es una novelería señal que en el mercado de religiones encontramos de todo y para todos los gustos. Uno de los atractivos que ofrecen los movimientos espiritualistas y las sectas es la relación auténtica y fraterna entre las personas. Jesús, desde la visión de san Juan, nos pide actuar con coraje para recuperar el amor de lo que es bueno y es digno. Dejar de lado aquello que ya no nos dice nada para encontrar al hombre nuevo y saciar el hambre de interioridad que tiene vacío al hombre de este tiempo.