Numa P. Maldonado A.
Nuestros niños son no solo nuestros descendientes y el futuro del país y la humanidad, aquellos seres especiales que llenan de esperanza y felicidad gran parte de nuestra existencia y, como tales, se constituyen en la razón de la misma; los que nos traen unión y alegría; el hermoso y singular juguete vivo mientras crecen y se desarrollan, y cuando mayores y han sido bien formados, la causa de nuestro orgullo por constituirse en dignos sucesores y buenos seres humanos. Son, a la hora de la partida definitiva (donde a pesar de ya no ser niños siguen como tales), un motivo más de agradecimiento a la vida por sus padres, que pueden despedirse satisfechos y en paz…
Pero por esas cosas incomprensibles que suceden en el mundo, muchos niños, millones de niños, incluso desde el vientre materno, sufren maltratos y desdichas, y crecen y se desarrollan sin afecto y desvalidos. Entre la gama de causas del siniestro panorama expuesto, particularmente en países como Ecuador, asoma la desnutrición crónica infantil (DCI), con la alarmante cifra de un tercio de la población nacional afectada, como uno de los mayores problema de salud pública.
Para controlar este grave flagelo social , los gobiernos de turno han implementado siete intentos fallidos desde 2006. El gobierno actual no es la excepción: ha creado la Secretaría Técnica: Ecuador Crece Sin Desnutrición Infantil (STECSDI) y está desarrollando un paquete de prestaciones para mujeres embarazadas y niños menores de dos años, que pretende a reducir esta DCI en seis puntos (del 27,3 -promedio actual- a cerca de 21%), hasta el 2025. El diagnóstico realizado, vale resaltar, llega a una conclusión tajante: los derechos de los niños no han sido una prioridad para los políticos ni para los ciudadanos. Los datos indican que “solo el 2% de la población ecuatoriana entiende que la desnutrición es un problema, y la mayoría de esas personas lo asocian con la ausencia de comida”. No vislumbran que el problema es estructural, cualitativo, de inadecuada educación y comunicación y, por cierto, de la urgente necesidad de entender bien adonde lleva la DCI, causa primigenia de nuestro largo y vergonzoso retraso.
En pocas palabras, el que la DCI afecte a uno de cada tres niños, cifra que sitúa al Ecuador en el penúltimo lugar de América Latina, solo antes de Guatemala, significa que difícilmente podremos superar las actuales cifras de subdesarrollo y pobreza, porque hemos descuidado irresponsablemente la salud de un tercio de la población desde hace más de 30 años. Por lo tanto, con una población con carencias físicas e intelectuales (con cerebro anormalmente desarrollado que forma individuos devaluados física y mentalmente), el capital humano ecuatoriano crece en desventaja frente a otros países vecinos o signados por el estigma del subdesarrollo, la pobreza , la inequidad y la ignorancia, no se diga frente a países que, al ostentar muy bajos índices de DCI , ofrecen importantes logros de bienestar para su población. Y porque aún no entendemos que si invertimos en la infancia, como advierte la UNICEF, por cada dólar recuperamos 17 dólares, y que un niño sano, adecuadamente nutrido, tiene ingresos más altos en la edad madura que uno desnutrido, en por lo menos el 50%, además de que el Estado ahorra costos de 4,6% del PIB en su atención…