Juan Luna
Quilanga, 08 de julio 2022
Quiero compartir con ustedes lectores mi profunda pasión por tener un ambiente sano, saludable, sustentable, en donde las relaciones del ser humano con la creación sean de cordialidad, respeto y solidaridad, para que las generaciones presentes y futuras disfruten del buen vivir dentro de una visión humana y cristiana de la vida.
Mi visión ecológica de la vida comienza en mi casa, con mi familia, con mi formación católica espiritual y en una realidad de pobreza y trabajo para superarnos, sin descuidar, principios y valores inculcados en nuestra modesta casa de adobe y teja de la calle central de mi entrañable Quilanga, tierra, que no emana leche y miel, como la tierra prometida de la historia sagrada, pero que su perfume natural del café, de su naturaleza y de la tierra cultivada por hombres y mujeres agricultores la convierten en una fuente de paz.
De padre y madre católicos me han permitido una realización espiritual que se ha nutrido con los días de mi adolescencia, juventud y hoy como adulto con una visión humana de la vida, enmarcado en la espiritualidad franciscana, cuyo inspirador, el verdadero y único hermano menor, Francisco de Asís, para quien toda criatura era su hermano y hermana.
Puedo exclamar ¡Qué suerte la mía! Junto con el correr de mis días más un soplo del Espíritu Santo, voy bregando en mi pasión ecológica, cada día he renovado la visión de mi relación con el Creador, no puedo negar mi ingenuidad y mi estancamiento, por lo que cada mañana al abrir mis ojos y ver el sol, la lluvia y desde mi ventana percibir a mi tierra prodigiosa recobro mi sentido del asombro.
Puedo contarles con la sinceridad de mi alma que por algunos años el confort y activismo me instalaron en estructuras de fe y sociales conocidas y empecé a dar vueltas y vueltas carentes de sentido, de pronto, no, la luz de un relámpago, sino, la suave luz del amanecer quitó la cortina de mis ojos y se abrieron a nuevas posibilidades de relación divina y humana hacia las personas y la naturaleza.
Las oportunidades de estudio y formación espiritual presentadas en mi vida, no ha sido vanas, sino que me ayudaron a descentrarme para luego centrarme en la profundidad de una pasión ecológica de cuidar la naturaleza, quizá la criatura más afectada por la ambición humana y por la indiferencia de los llamados a ser profetas de que otra forma de vivir sí es posible. No bastan los patrones repetitivos de crecimiento económico, cambio y renovación, sino, urge la inclusión de comportamientos más humanos en donde la defensa de la dignidad e integridad de la vida sean el norte.
La mano de Dios, junto con mi visión humana van comprometiéndome en esta pasión que me conduce a la reflexión, a la acción, para volver nuevamente a la reflexión. Estoy comprometido desde hace años atrás por el reciclaje, específicamente de envases plásticos, papel, botellas y chatarra. En mis cortos recorridos constato la miseria humana de injusticia ambiental. Somos muy pocos los preocupados por ubicar la basura en su lugar, cada vez son menos los gobernantes por definir políticas públicas de cuidado ambiental y son cada vez menos y mucho menos los profetas que deben anunciar y denunciar.
En esta lucha el COVID-19 envolvió al mundo. El miedo y la muere golpeaban nuestra puerta, sin embargo, nuestra actitud poco o nada ha cambiado. La cultura del desorden, del descarte, del caos y de la falta de compromiso por ser diferentes corroe la vida de las personas y la madre naturaleza sigue clamando justicia.