Numa P. Maldonado A.
Si hay un personaje que desde los alcances de su formación profesional y sus inquietudes de lojano admirador y orgulloso de su tierra, se haya interesado como pocos en recoger y valorar algo más de la historia contemporánea de Loja, especialmente de la ciudad de Loja, con pasión y vivo interés, y de difundirla en los medios locales que le permitieron, de manera especial como entusiasta comunicador social durante su productiva y relativamente larga etapa de jubilado; ese infatigable buscador de historias cotidianas y de personajes anónimos, curioso, interesado como el que más en reconocer los méritos desconocidos, olvidados o poco valorados de muchos de nuestros ancestros de décadas pasadas, tanto de hombres como de mujeres; ese hombre sencillo, de talla pequeña, tocado siempre con una sencilla boina de confección casera, amable, bien educado, de mirada escudriñadora, fue, precisamente, Luis Bernardo Cuenca Alvarado,
Lo conocí cuando cursaba mis primeros años de estudiante Bernardino, en el viejo edificio del centro de la ciudad, y seguramente cuando Luis Bernardo cursaba los últimos. Más tarde, cuando fue docente del Colegio Bernardo Valdivieso, y mejor aún, cuando ya se había jubilado e iniciaba la fructífera etapa de difusor cultural por las radioemisoras de la ciudad de Loja, a través de sus programas orientados a resaltar diferentes facetas de esa singularidad que nos distingue a los lojanos y que llaman o llamamos “lojanidad”. Algo difícil de definir con palabras, pero más fácil de asimilar y sentir cuando escuchamos los pasillos o canciones de Cueva Celi, Lauro Guerrero Varillas, Marcos Ochoa, Benjamín Ortega, Trotski Guerrero o José María Montero, interpretados por dúos lojanos, o cuando saboreamos un café negro con tamal lojano de chancho y salsa picante verde, o un repe blanco, o un sabroso plato de alverjas con guineo, una cecina con yuca de La Toma y un jarro de horchata de Chuquiribamba, o un vaso de guarapo con naranja agria…O leímos los cuentos con sabor lojano de Augusto Mario Ayora o Alejandro Carrión, o las novelas de Miguel Riofrío, Manuel Rengel, Ángel Felicisimo Rojas y Carlos Carrión…
Me parece que Luis Bernardo, a inicios del presente siglo, incursionó con inusitado talento en la confección de mapas didácticos en bajo relieve: por esos días, conjuntamente con Pancho Vivar y Jacinto Vélez, había logrado editar un libro sobre elementos de geografía física de la provincia de Loja y él elaboró algunos mapas originales insertados en ese libro, especialmente aquellos que singularizaban el intrincado relieve, los pisos altitudinales y los climas térmicos provinciales. Creo que desde entonces comenzó a interesarse en relacionar a la geografía física con la historia local, materia que dio particular atención en sus programas radiales de fin de semana…
Con esto quiero decir que Luis Bernardo Cuenca, un lojano ejemplar, trabajó feliz hasta el último de sus días en algo que cultivó con especial esmero: el amor a la tierra que lo vio nacer y a exaltar sus valores. Y al hacerlo, nos dio muchos elementos para fortalecer muestra reconocida lojanidad y esforzarnos por construir una Loja, ciudad y provincia con menos limitaciones y más unión, más culta, madura y acogedora.