El baúl de los recuerdos: El gigante de Changaimina

Efraín Borrero E.

Me parece que fue en 1995 que un periodista de Ecuavisa viajó a Changaimina, parroquia rural del cantón Gonzanamá, con el propósito de hacer un reportaje sobre el hombre gigante. El objetivo principal era entrevistarse con el párroco, Padre Carlos Miguel Vaca Alvarado, quien, además de poeta, compositor y músico, resultó ser apasionado por la arqueología.

El Padre Vaca perteneció a una familia de distinguidos compositores y artistas musicales lojanos. Nació el 25 de agosto de 1912. Ejecutó instrumentos como piano, marimba y guitarra. Fue profesor de la Escuela Superior de Música de la Universidad Nacional de Loja. Autor de varios himnos, entre ellos el de Vilcabamba. Se dice que fue presidente fundador de la Sociedad de Autores y Compositores del Ecuador – Sayse.

Luego de agradecer la visita, el Padre Vaca le dijo al periodista: tenga presente que Changaimina deriva de dos voces ancestrales: “changa” que se refiere a pierna, en particular al fémur o en general a los huesos humanos, y “mina” que significa depósito. Quiere decir, entonces, lugar donde reposan los huesos del difunto.

Le conversó que, en 1965, por su afición a la arqueología y por las leyendas que contaban los habitantes de la zona, decidió explorar un terreno del sector. Se hizo acompañar de unas veinte y cinco personas. El diez de diciembre ese año lograron localizar los restos de un gigante de unos siete metros de altura. Entre esos huesos había de la cabeza, tronco y extremidades.

El Padre Vaca sostuvo una y otra vez que esos huesos, inequívocamente, eran de anatomía humana. Los siete metros fueron medidos desde la cabeza hasta la punta del dedo gordo del pie. Respondió a varias inquietudes del periodista, siempre con la biblia en la mano. En una de esas respuestas sacó a relucir su teoría asegurando que la presencia de seres humanos gigantes tiene sustento bíblico. Aquí está, lea usted mismo con esos ojos que se harán polvo: génesis, capítulo sexto, versículo cinco. Eso es inamovible señor.

Según él, pudo haber sido un cruce de humanos terrestres con alguna raza extraterrestre. ¿Cómo?, reaccionó el periodista. ¿Usted cree en los extraterrestres? El sacerdote apuntó nuevamente con su dedo al texto de la biblia: hay ovejas de otros rebaños, pero yo tengo que reunirlas a todas y de todos esos rebaños formaré uno solo. Mire usted. La iglesia católica defiende la ciencia siempre y cuando todo sea con Dios, argumentó.

¿Quiénes cree que construyeron la Torre de Babel y la pirámide del faraón Keops, conocida como la gran pirámide de Guiza que se encuentra en Egipto? Ellos señor, los hombres gigantes, le dijo mirándolo a los ojos y con voz parsimoniosa.

El periodista, luego de observar algunos fragmentos de lo que se apreciaba como huesos, aunque en desorden, le preguntó: ¿por qué nunca reveló ese hallazgo ocurrido hace treinta años? O como dirían en la costa: ¿por qué se mantuvo “cayetano la bocina”? Esperé el momento providencial que entiendo es este, respondió el sacerdote inclinando la cabeza hacia abajo.

El reportaje fue una bomba que explotó en el mundo científico y en la colectividad. El Padre Vaca adquirió fama mundial, sobre todo a raíz de la exhibición de esa osamenta en un Museo de su propia Iglesia. Desde entonces Changaimina recibió a traficantes de piezas arqueológicas, mochileros, pseudocientíficos y los que en realidad eran; charlatanes e interesados en general por la novedad. Los técnicos del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural estuvieron allí con lupa.

Con el fallecimiento del Padre Vaca en 1999 vino el despelote. Supuestamente el museo habría sido saqueado, como sucedió con el del padre Crespi en Cuenca. Se rumoraba que algunos de los fragmentos óseos fueron enviados a uninstituto en Washingtonpara su análisis, cuyos científicos no lograron explicar el increíble descubrimiento; otros dicen que se estudiaron siete fragmentos por siete diferentes científicos y anatomistas y confirmaron que son parte de un esqueleto humano que era siete veces del tamaño de un humano actual, afirmando además, que formaciones de cuarzo que cubren las porosidades de la superficie de los huesos indicaron una datación cifrada en decenas de miles de años.

También se ha asegurado que, a partir de los fragmentos guardados por el religioso con siete llaves, se montó un esqueleto para el museo de un suizo, que dizque es autor de varios libros que hacen afirmaciones sobre las supuestas influencias extraterrestres en la cultura humana primitiva. Así mismo, no faltó quien afirmara que se los había llevado un investigador paranormal de origen austriaco. Lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta la verdad de lo ocurrido.  

Después de esos sucesos y de los dimes y diretes sobre el asunto, me interesé en investigar el tema. No logré encontrar pronunciamiento oficial alguno o de personas versadas que hagan referencia al gigante de Changaimina. Probablemente no estuve bien encaminado en mi propósito. Pero sí pude conocer, a grosso modo, que el jesuita, antropólogo y naturalista español, José de Acosta, escribió en su Historia Natural de las Indias que los chichimecas, pueblos originarios de México, eran gigantes que arrancaban las ramas de los árboles como nosotros deshojamos lechugas; y que, el Padre Juan de Velasco, jesuita ecuatoriano, destacó en su Historia Antigua del Reino de Quito, que “Manta fue a principios de la era cristiana el teatro de la espantable raza de los gigantes”, detallando los tamaños espectaculares de esqueletos y huellas encontradas en los actuales territorios de Manabí, Península de Santa Elena e Imbabura, y que seguramente pertenecieron a los mismos gigantes referenciados en los textos bíblicos.

Fabrizio Vélez me llevó a Changaimina para averiguar algunos datos. Fue un domingo del mes de febrero del año 2001. Queda a corta distancia de Gonzanamá. Me gustó ese pintoresco y atractivo pueblo rodeado de un hermoso entorno natural. Gran movimiento comercial ese día domingo porque los agricultores sacan a vender sus productos.

Por ese sector están las famosas Pailas Rotas, con su linda cascada y túneles de piedra para disfrutar de un sabroso baño, como el de los dioses en el Olimpo. Claro que hay que sudar la gota gorda y bien sudada, porque el camino es muy culebrero, pero para los amantes de la aventura eso es parte del placer.

Fuimos a conocer la iglesia de la Santísima Virgen de la Caridad, considerada un santuario. Dicen que para conocer un pueblo hay que visitar su iglesia y comer pan. Cada año se realiza una romería a la cual acuden muchos feligreses para agradecer por los milagros recibidos. El recorrido es de veinte y un kilómetros desde Changaimina hasta el Santuario Señor del Buen Suceso en Gonzanamá.

De allí nos trasladamos al pequeño y sencillo restaurante de doña Carmela, cuya fama por el mejor caldo de gallina criolla es generalizada. Allí estuvo sentada una señora a la que pregunté sobre el lugar donde encontraron los huesos del hombre gigante. Para eso tiene que ir a Guayurunuma, que queda a unas cuatro horas de caminata, respondió. ¿Sabe algo sobre el asunto?  Nada señor, todo se robaron, aquí no quedó ni una uña del difunto. Por mi tío Alejandro, que fue uno de los que estuvo presente cuando encontraron los huesos, conozco que ese señor había sido grandotote, como la escalera de la Empresa Eléctrica.

¿Hay alguna fotografía sobre el hallazgo? insistí. Señor, nosotros somos gente pobre, qué vamos a tener esas cosas, contestó.

Regresamos sin saber nada especial que no sea lo que esa mujer me comentó con la ingenuidad y generosidad de su alma campesina. De mi parte sentí una dicha inmensa por haber visitado un rincón más de nuestra bella provincia de Loja.