Pensamientos habituales y creatividad para correlacionarnos con la realidad

Galo Guerrero-Jiménez

Los seres humanos vivimos permanentemente pensando en cómo realizarnos y, por eso, las tensiones son de alto nivel, en especial cuando se trata de resolver un problema. Frente a esta realidad acude la inteligencia con todo el componente cognitivo que esa persona porta a diario para realizarse.

A veces podemos sentirnos vigorosos o enclenques para enfrentar esa circunstancia, bien sea de trabajo, de estudio, de familia, en fin; lo importante es que, esa tensión ante la vida debe enmarcarse en un proyecto debidamente trazado, ante todo porque, como señala Robert Greene, “la mayor parte del tiempo estamos inmersos en un mundo interior, de sueños, deseos y obsesiones. Pero en aquel período de creatividad excepcional, la necesidad nos empuja con efectos prácticos. Nos obligamos a salir de nuestra cámara interna de pensamientos habituales y enlazarnos con el mundo, los demás, la realidad. En vez de ir de acá para allá en un estado de distracción perpetua, nuestra mente se concentra y penetra la médula de algo real” (2012); insisto, sobre todo, a través de un proyecto de ideales que nuestra mente se encarga de llevarlo a cabo buscando las herramientas que la luz del mundo nos ofrece para inspirarnos y ser creativos ante una realidad determinada por la cual queremos avanzar con la armadura de nuestro metabolismo mental.

Aquí es, entonces, cuando entra en juego nuestra racionalidad, nuestra manera de pesar, la cual debe ser fortalecida, alimentada, procreada con ideas sustanciales de la otredad, es decir, de aquellos que nos pueden ayudar a crear, a construir nuestro proyecto de vida, desde el modelo de ideas que ellos nos pueden sugerir para fortalecer nuestra integridad, bien desde el ámbito científico, tecnológico y/o artístico-socio-humanístico. Pues, como señala Jorge Larrosa, “la verdadera vida y lo que realmente existe es desconocido para nosotros. Solo el arte puede restituirlos en un penoso trabajo de lectura y de interpretación de las apariencias que debe marchar como al revés y en sentido contrario del trabajo de lo que llamamos falsamente la vida, como deshaciendo lo que esta ha hecho. El escritor deshace durante la noche (…) el falso trabajo que el día ha hecho. Y eso para tejer en su lugar un texto que exprese y que nos haga ver la verdad de ‘nuestra propia vida’ y de ‘lo que realmente ha existido’” (2007).

En este contexto, el pensamiento habitual, al robustecerlo con ideas idóneas desde la lectura de un tema y de un texto de su preferencia y, en especial, si es artístico o científico, nos permitirá conocer la vida más a fondo: la de uno, la de los demás, la del mundo, para armar nuestro propio proyecto a través de una auténtica comunión lectora, la cual “cobra sentido no en el momento en que competimos con los demás para mostrar que nos asiste la razón porque hemos leído más libros que ellos, sino en el momento de integrar a nuestra vida la grata experiencia de conocer otros mundos íntimos que logran impedir que se nos avinagre el carácter y que nos llenemos de arrogancia, e impedir también que nos sintamos siempre obligados a decir algo inteligente, decisivo, fundamental para el mundo: la última palabra” (Argüelles, 2017); sino, más bien para pensar en los beneficios antropo-ético-cognitivo-estéticos que nos puede brindar un texto escrito, como el de la literatura que “no es, como creen algunos, un elemento de distracción. En ella hay que buscar la certeza de un mundo que las restricciones nos han vedado. El conocimiento de la humanidad puede obtenerse gracias a los libros; mediante ellos es posible saber cómo viven y actúan otros seres humanos que al fin y al cabo tienen los mismos goces y sufrimientos que nosotros” (Argüelles, p. 27) y que, por ende, desde esa palabra nos enseñan a replantear nuestros objetivos de educación desde el razonamiento y emocionar más certero.