P. Milko René Torres Ordóñez
En esta semana he recordado y vivido el apostolado que llevó a la santidad al Padre Juan María Vianney en Ars, una de las parroquias más olvidadas de la Francia misionera, cuna de muchos santos. Ejercer y vivir el sacramento de la Penitencia.
En un confesionario de la Catedral de Loja me instalé, en principio por obediencia y luego por vocación. Una experiencia necesaria y reconfortante. Frente a mí desfilaba una muchedumbre. Frente a Jesús se colocó una cantidad ingente de hombres y mujeres necesitados de la misericordia de Dios. Una travesía fallida en medio de la tempestad. Una palabra viva, como una luz en la oscuridad. Como muchos, estoy convencido, necesitaron escuchar la voz de la Madre, también ver su mirada para vivir algunos momentos llenos de audacia. De la indiferencia sacramental, pasando por el protocolo de cumplir una promesa, a un encuentro cara a cara con quién sabemos que nos ama. Recuerdo una frase de la religiosa más andariega que tiene actualidad en este tiempo tan frío en la fe: o hablar de Dios o hablar de nada…Teresa de Jesús siempre vivió en salida. Su corazón traspasado por la fuerza del amor de Jesús, marcado por la íntima conexión con el amado. En este tiempo es muy fácil caer, incluso en el pozo nauseabundo del pecado, muy difícil reconocer la razón por la cual he caído y sin la fuerza para levantarse para volver a la casa paterna. El Evangelio según san Lucas logra pintar una obra de arte en la grandeza del hombre, y nos entrega dos parábolas de la misericordia. El hijo que abandonó su casa paterna, llamado pródigo,el padre de la eterna espera con el corazón que late más allá del amor oblativo, el otro hermano que se jacta de su fidelidad. Nosotros, en el aquí y ahora, de la noche oscura. Es muy difícil reconocer la voz de un padre, quizá sentir el abrazo de nuestra buena madre, que vive con el corazón en los labios, con el alma en la mano. Este hijo estaba perdido y lo hemos encontrado. En la escucha de las palabras humildes de quienes quieren sanarse el verbo levantarse es tan inclusivo para crear un mundo nuevo. Me levantaré, volveré a la casa de mi padre. A disfrutar de la auténtica fiesta alimentada por la comida más sustanciosa y animada con la música tan alegre como el comienzo de un nuevo día. Salir del vientre oscuro y contaminado de una vasija de barro hacia la luz de un mundo de paz y de renovación. La enseñanza de Jesús es muy didáctica. Profundamente comunicativa. Conflictiva y llena de signos que hay que descubrir. Muchos vivimos como el hijo menor del relato de la parábola más popular y de gran repercusión espiritual y moral. Las palabras dibujan la vida en el rostro de quien quiere empezar de nuevo. Los pretextos para justificar un pecado no tienen asidero en la lógica divina. Al final de cuentas, el padre que ama y perdona está a la puerta y nos espera. Nos levantaremos para recibir el abrazo del eterno Padre.