David Rodríguez Vivanco
Se perdieron antiguos esplendores. Se perdió el liderazgo de los caciques, varayos, curacas y mayorales. Se obligó a renunciar a la cultura aborigen, y a despojarse de sus tradiciones que eran su razón de ser.
La cultura ritual obligó a los creyentes a pasearse de fiesta en fiesta, obligándolos al olvido de problemas arrastrados desde el fondo de la historia, haciendo que se integren en los grupos, haciéndoles borrachos, vagos, aventureros y ladrones.
Siempre se le acuso a la Iglesia de una malsana ubicuidad. La sotana y el sable se entrelazaron en las guerras fratricidas; nunca van juntas la pluma y el puñal.
Trágico ha sido el oportunismo clerical; no han constituido soportes espirituales sino confabulaciones para la explotación del hombre por el hombre. Callar ha sido un buen negocio. Mostrar la otra mejilla y enseñar a soportar injustos castigos y explotaciones, son los mandamientos para los vecinos. Por eso, la mayoría de los indígenas huyo a lo alto de las montañas donde la vida es heroica. Sólo los hombres duros y hermanados con los cóndores y los venados pudieron existir luchando contra los peores enemigos del hombre: la soledad, el aislamiento y la desnutrición. Mataron a nuestra vieja geografía y a las antiguas creencias; en cambio, trajeron leyendas entrelazadas con misterios y relatos que sólo la fe los mantenía vivos y servía para aumentar el miedo y el mercado religioso.
El blanco no pudo intimar con el runa, ni el patrón con el sirviente, ni el creyente con el cura que le dejaba limpio después de la fiesta. La civilización se hizo a lomo de amatadas mulas y de indios llorosos. Vivieron siempre tristes ante la suerte perra que troncho su jerarquía de amo de la tierra, para convertirle en sirviente.
Los curas agrandaron sus latifundios y los hacendados su hacienda, robando grandes pedazos de tierra de las comunas. Se organizaron ejidos, vaquerías, cofradías y doctrinas en nombre de la “madre” de Dios. La Iglesia ha dado la razón a los blancos porque la hacienda no era sino la antigua encomienda, con la que la piedad del rey había pagado los servicios de sus antepasados.
Todos los grupos étnicos primigenios tuvieron los mismos problemas, diferencias culturales y los mismos enemigos. Hasta los runas de las encrespadas cumbres sentían el peso de la gloria secular de la madre España. Los vientos malos perseguían a los runas, querían torcerle el pescuezo; exhaustos, veían hundirse en los horizontes sanguinarios el trono.
Los religiosos de la conquista eran los más ilustrados y en algunos lugares los únicos. No hay que olvidar que fue el padre Mora el comisionado de Bolívar para la instalación de las escuelas Lancasterianas. Educación de traspatio y de ojos bajos; domesticación para ser sacristanes (para ser esposas de Jesucristo) a base de trisagios, letanías y misereres. Las monjas de velo negro eran señoritas de linaje que entraban al convento antes que ir a la percha y las de velo blanco eran cholitas melindrosas y nativas que suspiraban por ser nobles, a base de un buen dote.
Los sacerdotes son portavoces de Dios, por su intermedio transmite sus preceptos a los hombres. De la corrupción que tiraniza y la corrupción que ahoga surgen los déspotas y fanáticos. La muda la trajeron los colonizadores hispanos y con la muda empezaron a torcerse los árboles criollos. La novelería dañó planes educativos lugareños. La instrucción la hicieron con la ayuda de Dios.
Fatalmente gran parte de nuestro campesinado serrano vive alienado por el animismo, el valor mágico que confiere el medio físico. Esto hizo clamar a Kaiserling lo siguiente: “América es el continente de la fatalidad. Nuestro campesino tiene una cultura a su antojo”.