Galo Guerrero-Jiménez
Construir sentido es una forma de enfrentar la vida, y la mejor opción para entrar en este andarivel antropológico-cognitivo-estético y bioético es desde la educación. Quien construye sentido completa su condición humana, la aprende a bien vivir. Así, en la profesión, en el estudio y en cualquier ocupación humana debe estar el ente humano permanentemente pensando y actuando de conformidad con esta mirada especial de ad-miración y re-admiración, entendida como una observación profunda de un algo especial que se fragua en la mente de manera personal para tomar de la realidad lo que ha vivido a partir de lo que mejor le gusta hacer desde una actitud, en efecto, ad-mirativa y re-admirativa de cada hecho vivido a plenitud.
Aquí, el plano de la conciencia interviene desde la admiración que se tiene a un fenómeno o hecho que la persona lo cree esencial para darle sentido a su vida. Así le sucede a todo aquel que se educa desde el ámbito de lo que mejor le gusta llevar a cabo, tal es el caso de un lector que, desde el plano de la ciencia, del humanismo o desde una actividad artística, como la de la literatura, por ejemplo, en que, a partir del deleite estético de leer, aprende a darse cuenta que “la vida se completa con un sentido que se toma de lo que se ha leído en una ficción. (…) Si el narrador es el que transmite el sentido de lo vivido, el lector es el que busca el sentido de la experiencia perdida” (Piglia, 2015), tal como le sucede al personaje protagónico de la novela Violeta, de Isabel Allende, que trasmite el sentido de lo vivido desde su propia ad-miración, cuando, desde su profundo sentir señala re-admirativamente que:
“Así pasaron los años de mi adolescencia, el tiempo de El Destierro, que recuerdo como el más diáfano de mi vida. Fueron años sosegados y abundantes, dedicada a los menesteres rudimentarios del campo y a la devoción de enseñar junto a los Rivas. Leía mucho, porque miss Taylor se encargaba de mandarme libros de la capital, y los comentábamos en nuestra correspondencia o cuando ella llegaba a la granja de vacaciones. También con Lucinda y Abel compartíamos ideas y lecturas que me iban abriendo nuevos horizontes. (…) Allí tenía espacio para la soledad necesaria, y privacidad para estudiar, leer, preparar clases y soñar lejos del parloteo incesante de mi familia” (2022).
La lectura, en este caso, cobra un papel protagónico, vital, orientativo, vivificador, llevado a cabo en plenitud de ad-miración y de re-admiración. Es decir, desde este acto de abstracción mental, cognoscente, situado en los actos sustantivos que ejerce el personaje protagónico de la ficción novelesca, no solo que admira esos recuerdos, sino que los re-admira; se trata de un deleite de abstracción cognitivo-estético y bioético, plenamente asumido como capital y trascendente, tal como lo explica Paulo Freire en su Pedagogía de los sueños posibles, cuando afirma que es necesario, y de manera permanente re-admirar continuamente nuestra educación.
“En este sentido, la abstracción es aquella operación por la cual el sujeto, en un acto en verdad cognoscente, retira el hecho, el dato concreto, del contexto real donde este se produce y lo somete a su ‘admiración’ en el contexto teórico. Y allí ejerce su cognoscibilidad sobre el dato, transformándolo de objeto ‘ad-mirable’ en objeto ‘ad-mirado’” (2022). Solo así, es posible que mi educación y mi cultura tengan un auténtico sentido para vivirlas pragmáticamente desde una abstracción mental, concienciada en el contexto de una educación lectora y experimentada en la realidad desde “la re-admiración de la ad-miración” de un acto lector que no solo sirve para conocer y reconocer las circunstancias de la vida, sino como un quehacer re-admirado, es decir, como un hecho de lenguaje trascendente, creado y vivido desde mi psiquismo humano.